l donostiarra Jose Antonio Bereziartua, amigo y colaborador de Eduardo Chillida, falleció el pasado domingo. Este ebanista, nacido en el desaparecido caserío Beroizenea, fue una figura clave en la labor escultórica de Chillida, sobre todo, en lo que se refiere a las obras monumentales de hormigón.

Como artesano de la madera, Bereziartua, nacido en 1929 en Donostia, se encargó de "la gran mayoría" de encofrados que permitieron transformar el sueño etéreo del escultor en una pieza material. Es el caso, recuerdan desde Chillida Leku, de Elogio del horizonte, la inmensa escultura que vigila desde el cerro de Santa Catalina la ciudad de Gijón, y también del de Monumento a la tolerancia, instalado en Sevilla, en las cercanías del puente de Triana. "Mi padre no quería trabajar con otro", asegura Luis Chillida, que alberga recuerdos de Bereziartua desde su infancia: "Le llamaba el gigante, lo tengo en la cabeza como un hombre muy grande". Pese a lo "corpulento" que era, "trabajaba la madera con mucha delicadeza", añade.

Si bien el presidente de la Fundación Chillida-Belzunce conoció al carpintero de niño, cuando visitaba el hogar del escultor para hacer alguna reparación, más tarde tuvo una relación profesional con él, cuando al crecer pasó a tener una vinculación laboral con su padre. "Lo recuerdo como un hombre muy trabajador", destaca, entre muchos de los adjetivos positivos que brinda a este estrecho colaborador del escultor.

Ambos se "complementaban muy bien". "Fue una relación muy bonita y que dio unos frutos muy buenos", asegura Luis Chillida a este periódico.

Las estructuras construidas bajo la supervisión de Bereziartua se levantaban dos veces. En un primer lugar se construían en el taller del artista, los tablones se marcaban uno por uno y, posteriormente, se transportaban al lugar de destino definitivo de la escultura y se volvía a montar. "Exígía un trabajo muy minucioso: los pliegues, las dobles curvas... No era como hacer un encofrado para un puente; era un trabajo de ebanista, de ir poco a poco. A mi padre le gustaba trabajar las obras en el momento, que surgiesen en ese presente, y siempre estaban juntos para ver cómo hacerlo. Eran unos procesos largos en el tiempo, pero muy bonitos de ver. Jose Antonio siempre estaba ahí, aportando soluciones a lo que surgía", expone.

También alaba su labor como encofrador: "Recuerdo ver las obras del Elogio del horizonte, la construcción de madera, todo el encofrado... era impresionante".

El periodista Lander Arretxea, nieto del ebanista, comunicó el pasado domingo en las redes sociales el fallecimiento de Bereziartua y citó una entrevista registrada hace unos años por la plataforma Ahotsak.eus -iniciativa que registra la el patrimonio oral en Euskal Herria-, en la que junto a su hermano Juantxo, Jose Antonio -fue el más joven de once hermanos- da cuenta de su vida y de su trabajo como carpintero; una enriquecedora entrevista a dos voces que también sirve de testimonio de una Donostia que ya no existe.

El más claro ejemplo es el del caserío Beroizenea en el que residió la familia, propiedad de la familia Olazabal, y que fue derruido en 1946 para la construcción de la empresa Koipe, otro eco de un pasado que tampoco existe ya pero que gracias a testimonios como el de los Bereziartua no se van a perder.