a concluido la Semana de Cine Fantástico y de Terror, otra iniciativa cultural donostiarra que ha vuelto a poner encima de la mesa lo de siempre y que ya no llama la atención aunque algunos sigan haciendo oídos sordos: la cultura es segura. Se ha vuelto a demostrar la extrema capacidad del gestor público local, en este caso encarnado por Josemi Beltrán, de su equipo y de los profesionales de sala a los que, les aseguro, no les ha temblado ni la mano, ni la voz para que todo funcionase como debía de funcionar. Es cierto que este año no se ha programado ninguna película con un kaiju sembrando el caos -aunque el propio Psycho Goreman era algo kaijin-, pero la Semana sí que se ha enfrentado a Godzilla. No solo porque ha tenido que hacer frente a ese monstruo incorpóreo que es el COVID-19, sino, especialmente, porque se ha visto obligada a adaptarse de manera exprés a todo los vaivenes que le han provocado las confusas decisiones del Gobierno Vasco y estatal desde hace semana y media, más allá de todas las medidas que vienen heredadas de la desescalada como la reducción de aforos, la clausura del bar del Principal y la obligación de llevar siempre la mascarilla puesta. Pero a diferencia de otros encuentros como el Jazzaldia, la Quincena Musical o el Zinemaldia, el festival de cine fantástico y de terror ha padecido una segunda ola con aún más restricciones en forma de aliento atómico que es capaz de convertir un vergel en páramo. El primer -nuevo- límite: el toque de queda a las 23.00 horas, lo que provocó que el festival haya perdido nocturnidad y la parrilla se haya solapado entre el Principal o el Victoria Eugenia. También se puso en marcha el confinamiento perimetral de cada municipio que afectó a un patio de butacas que se alimenta en gran medida del público venido del territorio. Aún más, cabe recordar, porque con tantas novedades las cosas se nos olvidan rápido, que hasta la misma víspera del inicio de la Semana de Terror, Lakua no aclaró si los habitantes de los municipios colindantes podían asistir o no a un acto cultural, al mismo tiempo que no cabía duda de que sí se podían mover por cuestiones "socioeconómicas". No pasa nada, todo por la salud. La Semana ha mantenido el tipo, hasta cuando todas las medidas han ido en contra del propio espíritu del festival y del respetable, y lo ha hecho con el mejor programa posible y con una -en su mayoría- buena selección de películas con las que evadirse; si bien es cierto que la situación actual es tan impactante que es imposible no verse reflejado en la pantalla, empezando, por supuesto, por las cintas que directamente tienen que ver con la pandemia como Host y siguiendo con otras como Península o Sky Sharks que, ubicadas en el género zombie, no pueden abstraerse de la temática de la epidemia mundial. La propia Caminantes, de Koldo Serra, habla de un virus de origen desconocido que se expande en Navarra y que obliga a confinar la Selva de Irati; mientras que Post Mortem narra una historia de fantasmas en una Hungría asolada por la Gripe Española. De una especie de infección también habla Sea Fever, un largometraje sobre un organismo que parasita a los tripulantes de un navío pesquero. Meander es tan claustrofóbica como que te obliguen a quedarte en casa tres meses, mientras que The Book of Black Magic nos enseña la importancia de limpiarnos las manos para no contraer ninguna enfermedad -a no ser que sea sobrenatural- a través de una de sus protagonistas. ¡Hasta el traje de exterminador que viste el villano psicópata de Tailgate resulta conocido gracias a las brigadas de desinfección de la ciudad! Todo está en nuestra cabeza, seguro, pero también en la pantalla. Y sin programación cultural no hay evasión, aunque sea una que siempre dé vueltas a lo mismo.