- Además de una palmadita en la espalda, una mirada de conmiseración y un “buena suerte”, es tradición despedir a los corresponsales que ponen rumbo a Oriente Medio con un ejemplar de Pity the nation o de algún clásico en los que Robert Fisk trató de explicar esa insondable región. Fisk, que murió este fin de semana a los 74 años en Dublín, era uno de esos periodistas que, sin dejar de serlo hasta el final, trascendió la profesión para convertirse en una voz imprescindible en los cenáculos de poder. Ese mismo poder, por cierto, que él siempre rechazó. Si algo defendió este británico de Kent fue el ejercicio del periodismo como contrapeso a los Gobiernos, fueran cuales fueran.

Cualquier cliché asociado al corresponsal de guerra podía encajar en Fisk. Y, sin embargo, tampoco habría sido fácil hallar un periodista que escribiese tan alejado de los tópicos y tan ajeno a la corriente. El cine tuvo la culpa de que se hiciese corresponsal. Como tantas veces, la realidad corre tras la ficción. “Irónicamente, fue una película la que me lanzó al periodismo. Tenía 12 años cuando vi Foreign correspondent (Enviado especial), de Hitchock”, escribió Fisk en el libro que quiso dejar como legado, The great war for civilisation. The conquest of the Middle East.

Las 1.400 páginas del volumen, además de adornar muchas librerías de apasionados de Oriente Medio, revelan en la prosa limpia de Fisk su saber enciclopédico y sus experiencias sobre el terreno. Cuando pocos habían escuchado en Occidente el nombre de Osama bin Laden, él ya lo había entrevistado tres veces en las montañas de Afganistán. Cubrió la mitad de conflictos de su época, muchas veces en los lugares más remotos, poseído por la adrenalina. “No me gusta la definición corresponsal de guerra, apesta a falso romanticismo (...) Y sin embargo la guerra es, paradójicamente, una experiencia muy poderosa y única para un periodista, una oportunidad de entregarse a la única emoción vicaria todavía gratuita”, escribió.

Su padre, figura clave en su biografía y excombatiente en la I Guerra Mundial, quiso que fuera médico. Fisk ya había decidido mucho antes que sería uno de los “soldados de la prensa”. Tras comenzar en Belfast cubriendo el conflicto norirlandés para The Times, el periódico le dio a los 29 años la oportunidad que había ansiado toda su vida al ofrecerle la corresponsalía de Oriente Medio. Instalado en Beirut desde 1976, fue testigo en primera línea de la guerra civil libanesa, que retrató en el imprescindible Pity the nation. En el Líbano no solo se convirtió en una referencia para cualquier recién llegado a la región, sino que sus artículos, primero para The Times y desde 1989 para The Independent, sacudían los despachos y las cancillerías de los países árabes.

Su independencia lo llevó en muchas ocasiones por el camino de la controversia. Criticado por sus posiciones antiestadounidenses y antisraelíes, atacó con fiereza el “periodismo de hotel” de muchos enviados especiales que no salían de sus habitaciones en los conflictos. En 2011 tuvo que pedir disculpas por informar erróneamente de que el ministro saudí del Interior había ordenado a la Policía disparar a matar a cualquier manifestante. Y en la última década sus artículos de la guerra siria fueron muchas veces percibidos como demasiado complacientes hacia el régimen de Bachar al Asad.

A Fisk no se le escapó su propia relevancia, ni trató de ocultarla. Con tanto ego como personalidad, se sentía portador de la llama eterna del periodismo y no dudaba en compartirla con las jóvenes generaciones.