ntes de que los teleprónters hicieran tabla rasa entre los profesionales que salen por la tele y presentar un programa se convirtiera en una lectura de guion, Jordi González fue un magnífico comunicador, de los que sabía conectar con los espectadores porque se mostraba cercano, amable y como un tipo de fiar y, además, le quería la cámara. Así que en el verano de 1991, TVE colocó a González al frente del magazine de tarde La palmera, un programa que en realidad no era nuevo porque lo había presentado durante tres años en el circuito catalán de TVE y que supuso su bautizo en televisión, con 26 años, tras casi una década en la radio, donde empezó con 17.

González, que adoptó en este programa su característica pose de brazos cruzados, ya se había colado un año antes en la televisión estatal como presentador sustituto en vacaciones del concurso diario Tres por cuatro que presentaron Julia Otero, primero, e Isabel Gemio después.

Con La palmera cogió el testigo, primero presentando en catalán y luego en castellano, de La tarde, el longevo magazine de entrevistas y actuaciones musicales que había matenido TVE durante años con distintos nombres y presentadores -antes de la llegada de Hermida-, pero supo darle un renovado aire fresco con juegos, actores y secciones ingeniosas con muy buenos colaboradores.

Precisamente, el programa tenía un hilo conductor cada semana, que daba pie a abordar un tema desde distintos frentes en forma de entrevistas o reportajes con monográficos dedicados a la radio, las vacaciones o el Zinemaldia de Donostia, de quien González se desveló como un gran enamorado.

Bajo La palmera se sentaban cada tarde junto a su presentador personajes famosos que se dedicaban a algo en la vida: actores, músicos, escritores o periodistas de radio y televisión, y en ocasiones el famoso se enfrentaba a una curiosa sección en la que tenía que responder a doce preguntas íntimas o gamberras elegidas al azar entre 48 tarjetas, de las cuales podían negarse a responder un máximo de dos.

Pero bajo La palmera de TVE había mucho más: actuaciones musicales, una desenfadada sección de corazón con los chascarrillos de Hilario López Millán e Irene Mir; una tertulia de mujeres con Guillermina Motta, Pilar Eyre y Françoise; un repaso a los sucesos más sorprendentes de la mano de Margarita Landi; la sección con los locos cacharros del bazar del siempre ocurrente Josep Sandoval o los juegos de manos del mago Marco, sin olvidarnos de la red de corresponsales en el extranjero de TVE que hacían reportajes más refrescantes que en el Telediario para dar cuenta de cómo se pasaba allí el verano.

La palmera también fue precursor en que los espectadores enviaran sus fotografías para salir en la tele, mucho antes de que los pidieran los espacios meteorológicos. Aquí se trataba de que enviaran las fotos de sus vacaciones, y si intentaban trolear al programa con una foto de alguien haciendo un calvo o similar, también aparecía en pantalla.

Si bien, el concurso estrella del programa era El mundo en cien palabras, una especie de Pasapalabra prehistórico, donde dos concursantes se enfrentaban a sendas pizarras donde tenían que escribir 20 palabras (cuatro de cada categoría) que empezaran por una letra elegida al azar atendiendo a las definiciones el programa. Un ejemplo real: con la M, "Relativo a la familia", "Verbos de primera y segunda conjugación", "Mamíferos", "Palabras de dos sílabas" y "Palabras que terminen en ON" (sí, como nuestra revista de los sábados). Ya tienen juego para lo que queda de verano.