l pianista donostiarra Josu Okiñena presenta estos días un nuevo disco que recoge obras del último Liszt. El disco, editado por Sony, se titula Les introuvables, haciendo así referencia a que reúne piezas difíciles de encontrar, infrecuentes, desconocidas para el público no especializado, raramente ejecutadas y casi inéditas, al menos en grabación comercial. Okiñena nos descubre el Liszt más maduro, un Liszt alejado de los estereotipos efectistas, virtuosos, impactantes y espectaculares con los que asociamos la figura del genio húngaro.

Este disco tiene mucho de descubrimiento compartido, de indagación musical y de investigación histórica. Okiñena presenta un Liszt no tanto intimista como interior, reflexivo, en ocasiones profunda e inquietantemente espiritual y por momentos incluso filósofo. Un Liszt que suena impresionista y que, leído por las sabias manos de Okiñena, parece anunciar al Debussy más maduro y al Satie más atrevido. Un Liszt que se pregunta por los límites de la tonalidad y que en alguna de las piezas seleccionadas puede ser descrito como experimental.

Este disco es producto de una investigación documental de primer orden. Okiñena ha buscado fuentes primarias en el Archivo del Museo Liszt, de Budapest, cerca de los pianos y del ambiente en que Liszt pensó y tocó, solo para los más cercanos y en la intimidad, estas obras. Nuestro pianista se enfrenta a unas partituras que, a diferencia del resto de la obra de Listz, no han sido ya mil veces grabadas, lo que supone una responsabilidad y una oportunidad. Como una responsabilidad de peso casi ético se toma Okiñena la tarea de dar a conocer esta obra por sus manos, y aquí el artista se nos muestra no solo como el excelente pianista que es, sino como el reflexivo investigador que lleva dentro. Pero tenía Okiñena aquí además una oportunidad: la de influir con su ejecución en una lectura estándar de estas obras. Y diré que Okiñena ni falla en la responsabilidad ni pierde la oportunidad. No creo que nadie pueda ya preguntarse por estas obras sin remitirse al trabajo tan riguroso como pasional de Okiñena.

Les introuvables nos acerca al Liszt más complejo, no en el sentido del virtuosismo técnico, mecánico y casi circense con el que a veces hay que ejecutarlo, sino buceando en un espíritu contradictorio, capaz de los extremos biográficos y artísticos más intensos. La labor de selección de obras tiene en este caso el máximo interés, dado que pone a dialogar unas obras con otras por vez primera y así indirectamente propone un contexto que inevitablemente sugiere cierto sentido o al menos cierta intención, y el resultado es que Okiñena logra la sensación de un conjunto consistente con identidad unitaria y coherente.

Josu Okiñena sale airoso del fabuloso reto en que se ha metido. Las obras y la propia personalidad del intérprete podrían haber abocado a un producto demasiado intelectual, a una lectura filosófica que nos adentrara en un mundo de indagaciones historicistas o musicológicas sin respiración humana, pero el pianista donostiarra resuelve la papeleta consiguiendo que la obra de arte suene antes que nada a lo que debe sonar: a música de primer nivel donde la melancolía, la tristeza, la muerte o la vejez no oscurece sino que ilumina, donde las preguntas cobran sentido aún cuando no tengan respuesta, donde el olvido y la memoria juegan de extrañas formas. Uno sale de este disco con la sensación de que ha probado unas gotas esenciales, muy puras y últimas, de esa cascada que es el romanticismo caudaloso desembocando en el inabarcable siglo XX.

Hace un tiempo leí una cita de la mítica profesora de pianista que fue Nadia Boulanger que puede aplicarse palabra por palabra al trabajo de Okiñena. Por generación no pudieron coincidir, pero algo de su magisterio tal vez le llegó por vía de Maria Curcio, que además de profesora de Okiñena y discípula ella misma de Bussoni y por tanto un hilo directo con el propio Liszt, lo fue también de Boulanger, cuya cita dice así: "La condición fundamental de cuanto se hace, no solo en música, es que esté bajo el signo de la elección, del amor, de la pasión, de tal manera que se haga porque se considera que la maravillosa aventura de estar vivo depende por entero de la atmósfera que crea uno mismo con su entusiasmo, su convicción y su comprensión. Y sin una técnica trabajada no es posibles expresar nada de lo que sentimos más intensamente". Bien podría este párrafo figurar en la contraportada del disco como escrito para la ocasión.

Cuando un artista se impone un reto de madurez interpretativa e intelectual como el que Okiñena realiza aquí y termina aportando algo nuevo y valioso, uno solo puede quitarse el sombrero, celebrarlo como un regalo o una invitación, y colaborar en su mejor conocimiento, que es lo que procuro hacer yo aquí, rendido ante un Okiñena cuya sencillez y modestia natural no impide ver, sino que revela, lo que verdaderamente es: uno de nuestros grandes.

A la espera de que nuestros gestores culturales puedan, en este loco contexto de la pandemia, organizar un buen concierto de presentación a la altura de este disco, yo ya he comprado mis entradas para la próxima aparición de Okiñena el 5 septiembre en Donostia. Me pregunto cómo sonarán sus sonatas de Beethoven en ese concierto con el que la ciudad recordará el 250º aniversario del nacimiento del genio de Bonn.