- Dos días antes del estado de alarma, la producción de La fiesta del Chivo quedó paralizada. Ahora, esta historia que narra los últimos días del tirano dominicano llega a Donostia con cuatro funciones hasta el domingo (20.00 horas). Un fascista más en el registro del madrileño para con los que no tiene "ninguna necesidad de ajustar cuentas".

¿Cómo está siendo el regreso a la normalidad cultural?

-Todo está cogido con alfileres, salvo una cosa. En el ámbito en el que nosotros desarrollamos nuestra actividad, ya sea en un edificio cerrado o al aire libre, las posibilidades de contagio son las mismas que cuando vas al mercado a comprar manzanas. Respetando las medidas de seguridad, ir al teatro no es ponerte en riesgo, sino todo lo contrario, es como ir a la farmacia del alma. Es el momento de reecontrarnos con el público. Tengo la sensación de que los que vienen ahora son espectadores de teatro. Saben de la importancia que tiene y lo necesitan. A por el otro público, el que es colateral, ya iremos más adelante. Ahora toca ir al encuentro de esas plateas que nos van a permitir hacer nuestro trabajo en estas condiciones especiales y que nos tienen tan motivados.

¿Hay preocupación por cómo están afectando los rebrotes a la industria?

-Lo de Barcelona ha sido un error increíble. Todo el mundo sabe de dónde vienen los rebrotes y no son del sector cultural. Es alucinante que se cancele el Grec (el festival de teatro, danza, música y circo de Barcelona) y los bares de al lado sigan abiertos. No tiene explicación. Nosotros hemos aceptado la reducción de aforo porque confiamos en que la llamada que hacemos al público para que acuda a levantar esto con nosotros lo haga. Así se demostró con las tres funciones que hicimos en Sevilla y seguro que también va a pasar en Donostia. El público necesita saber que van a tener el teatro ahí.

En su caso, sube a los escenarios dando vida nada más y nada menos que a un genocida.

-Qué paradoja, ¿no? Buena parte de mis éxitos se atribuyen a personajes como Trujillo o de la misma calaña. Hace tres meses estaba muy a gusto interpretándolo, todo lo que decía en febrero me resonaba en la cabeza a un tipo de trabajo histórico-literario muy limado y perfecto, esquemático... pero hace unas semanas en Sevilla yo mismo me fui dando cuenta de que las cosas que digo son de una brutalidad actual total. Hay gente en el mundo que piensa, dice y obra como Trujillo. Las cosas que he oído estos meses de algunos líderes mundiales frente a esta amenaza se asemejan mucho y cuando ves que lo dice un tipo vestido con uniforme militar sobre el escenario, impacta.

Como ha dicho, no es la primera vez que interpreta a un dictador. Hizo lo propio con Franco en el filme 'Madregilda'. ¿Qué le atrae de ellos?

-He hecho de Franco, de Trujillo, en la serie La zona del hombre más corrupto de este país... Hasta en Historias de la puta mili era el sargento Arensivia, que era un fascista. Estos personajes están para mí tan claros que no tengo ninguna necesidad de ajustar cuentas con ellos. Otra cosa es lo que yo piense como ciudadano. En el trabajo, cuanto más deje al espectador la posibilidad de decidir sobre un personaje, mejor para todos. Se trata de no subrayarlos, de no hacerlos a carboncillo, simplemente un trazo ligero de lápiz.

Con 'La fiesta del Chivo' se une a Vargas Llosa con Carlos Saura, ¿cómo ha sido esa combinación?

-Tenemos una relación estupenda desde hace años, pero Saura no me llamó para hacer la función. No he trabajado con él en el cine aunque escribió un guion a partir de un monólogo mío. Lo que pasa con Saura es que casi le da igual si vas o no a ensayar. Es un tipo que tiene un enorme talento, pero tiene una teoría: la de la no intervención. Algún actor puede sentirse desasistido y echa de menos una dirección potente, pero este hombre es pura estética y puro trazo. Para mí Saura siempre ha sido más que un director de cine, que me parece uno de los más grandes, un fotógrafo. Y eso claro, si un montaje lo firma Saura, es 100% Saura.

La obra recoge la alegría y las fiestas del Caribe con las torturas de la prisión de la Cuarenta.

-La mayor habilidad de Natalio Grueso como adaptador es saber contar exactamente lo que quiere contar. Vargas Llosa lo dijo el primer día: nunca hubiera dado un duro por que se pudiera hacer una obra de mi novela. Pero cuando tuvo la oportunidad de leer la adaptación de Natalio se descubrió ante este señor que no conocía. Su habilidad ha sido la de contar una historia muy concreta, la de una mujer que, después de 30 años de exilio en Nueva York, vuelve a República Dominicana a ajustar cuentas con su padre, que es uno de los hombres del régimen de Trujillo. Y él es el demonio, el horror.

El horror y el miedo y cómo afecta en la degradación de los seres humanos es otro de los puntos de la obra.

-El horror genera miedo y la obra habla de cómo se puede renunciar a la dignidad. Si existe una cosa por la que merezca la pena morir, es por la dignidad.

En los últimos años, no ha parado de trabajar entre teatro, cine, televisión y, ahora, las plataformas. ¿Ha cambiado mucho la industria no?

-Está cambiando día a día. Las plataformas ya no miden las audiencias por shares, pero en el fondo siguen viviendo de ello. No les interesa tanto el público masivo, sino la incidencia en su canal. Eso tiene otras connotaciones como que podamos acometer temáticas distintas. La televisión en abierto tiene que contentar a tantas personas, que al final debe hacer muchas concesiones. Ahora estamos hablando de otra historia.

A pesar de todo ello, del coronavirus y de las plataformas, el teatro sigue ahí.

-Desde que el mundo es mundo, el teatro ha soportado guerras mundiales, epidemias... para que siga existiendo, tiene que ser, ahora más que nunca, un espejo donde la sociedad se pueda ver reflejada. Durante mucho tiempo nos han convencido que otro tipo de teatro más distendido es el necesario y no es así. El tiempo que vivimos ahora es un tiempo urgente. Yo no voy al Victoria Eugenia a entretener a nadie, voy a construir una dramaturgia con la que los espectadores vayan a sus casas con las preguntas y puedan dar con las respuestas desde su interior. Ese es el sentido de que suba a un escenario.

"No voy al Victoria Eugenia a entretener, voy a construir una dramaturgia con la que el espectadores se pregunte"

"Respetando las medidas de seguridad, ir al teatro no es ponerte en riesgo, es como ir a la farmacia del alma"

"Estos personajes están para miítan claros que no tengo ninguna necesidad de ajustar cuentas con ellos"