e decidido abrir una botella de ginebra, ahí, a lo loco, para celebrar que mañana, con el cambio de hora, viviremos una hora menos de confinamiento. Se lo he explicado a mis compañeros de piso y me han dicho que sí, que lo de una hora menos es muy apropiado para estas fechas, que ya lo inventó el kaiser Guillermo para la época de guerra, como ahora, que esta la venceremos entre todos. Vaya, me han salido sanchistas. Ahora, en vez de carbón como hace un siglo, hay que ahorrar para el consumo eléctrico, que si no, no nos funcionan las maquinitas con las que tenemos que estar distraídos. Es la única manera en la que el gintonic me lo tome con los colegas en una conversación por Skype a cuatro o mediante una telellamada múltiple por WhatsApp, servicio que en mi vida había utilizado y que espero no volver a utilizar, no tanto porque significará la libertad más absoluta y que hemos tirado los móviles al río o los hemos destrozado con un picahielos, sino porque es una experiencia desesperanzadora donde cualquier ejercicio de comunicación fluida es una mera quimera. Responder a la pregunta “Hola, ¿qué tal estás?” es jodido cuando todos piensan que la pregunta está dirigida a ellos, cuando, angelitos, realmente, es para mí. Deberíamos instaurar la manera de proceder de El señor de las moscas, no podría ser un contexto más adecuado: quien tenga la caracola habla primero y administra los turnos, mientras el resto bebe. Si te toca el mítico brasas, pues te emborrachas, que es a lo que hemos venido a Internet. Eso sí, no es recomendable hacerlo esta noche, porque la fiesta acaba una hora antes.