donostia - Antes de llegar a Donostia y antes de estrenarse en salas -8 de noviembre-, la ópera prima de Gaztelu-Urrutia se ha convertido en un fenómeno que acumula premios allí por donde pasa. En el Festival Internacional de Cine de Toronto se hizo con el premio del público de la sección dedicada al género Midnight Madness. En Sitges, por su parte, se hizo hasta con cuatro galardones: Mejor película, Mejor director, Mejores efectos especiales y el Premio del Público. Este largometraje, producido por Basque Films, se centra en el personaje Goreng -Iván Massagué-, que es internado en una prisión en el que las celdas -no se conoce el total- están apiladas de forma vertical. Todas las celdas están conectadas por un agujero central por el que todos los días desciende una plataforma con comida y que las atraviesa. Los reclusos tienen pocos minutos para coger algo de comida e ingerirla, antes de que la plataforma baje al siguiente nivel. Gaztelu-Urrutia explora los límites de la solidaridad, no en vano, los recluidos en los primeros niveles -los presos son cambiados de piso aleatoriamente cada mes- comen en condiciones, mientras dejan los restos para los reclusos de plantas inferiores.

¿Cómo se hace para que una ópera prima se lleve un premio en un festival como el de Toronto y, además, triunfe en Sitges?

-Pues no lo sé (ríe). Si alguien quiere que le dé la fórmula del éxito, no se la voy a poder dar. Supongo que es una suma de trabajo de muchos profesionales y de su talento. Y luego, hay que tener suerte, que es lo que no se puede controlar. Para dar con la temática apropiada hay un gran factor que es la suerte.

¿Cómo fue la experiencia en Toronto?

-Toronto es uno de los festivales más grandes del mundo. Aunque lo conocía, no sabía la dimensión que tenía hasta que estuve allí. Encontrarte con alguien famoso es una constante, pero hay tantos que ninguno destaca. La gente está cinematográficamente muy formada. Los que fueron a ver El hoyo, además, tenían mucho interés social por lo que plantea la película.

¿Qué tal los pases?

-Increíbles. El primero, en el recinto universitario, fue más inmersivo por parte del público. Lo entendían todo perfectamente. La película partía de la dificultad de tener que unir varios géneros y conceptos distintos muy potentes, y a la vez discurrir en una emocionalidad; más que por los hechos debía implicar al espectador de manera emocional. En Toronto vi que lo habíamos conseguido.

¿Qué aporta un premio como el que lograron en Canadá?

-El hecho de que hubiesen seleccionado la película en Toronto ya es la hostia. Es muy difícil que una producción pequeña con un director novel de aquí fuese seleccionada. Nosotros competimos con cintas cuyo actor protagonista cobraba más del doble de lo que ha costado nuestra película. Competir contra todas las megaproducciones y contra todo el mercado mundial es un premio en sí mismo. Productoras americanas se interesaron por saber cuál iba a ser nuestro siguiente proyecto.

¿Se esperaban el premio?

-Cuando estábamos allí nos decían que teníamos oportunidades, pero como estábamos tan contentos con la selección, no le dimos mucha importancia. De hecho, nos volvimos.

¿Cómo se lo comunicaron?

-Fue un domingo, estaba yo con mi pareja y con mi hija en casa tranquilamente viendo la tele. Unos días antes había perdido el móvil y de pronto llegó una llamada al teléfono de mi hija de once años. Era el productor Carlos Juárez diciéndome que habíamos ganado, que me habían enviado 80 emails y que les tenía que responder y enviar un vídeo que se proyectase en la ceremonia de entrega (ríe). Fue muy emocionante.

Netflix la ha comprado.

-Cuando te cogen en Toronto empieza un runrún. Hay agentes que quieren representarte y productores que quieren saber qué va a ser lo siguiente. De la misma manera, hay plataformas que se interesan y distribuidoras que la quieren. Una de las opciones claras fue Netflix.

La película se estrenará el 8 de noviembre, ¿qué supone ese acuerdo con esta plataforma?

-La agencia Latido Films estuvo en el mercado de Cannes y vendió El hoyo a diferentes mercados asiáticos como Corea del Sur, Japón y China. Netflix quiere los derechos mundiales, pero había que hacer un contrato donde esos países quedasen exentos. El hoyo también ha contado con financiación de televisiones públicas con lo que tenemos una serie de compromisos que hay que respetar. Lo que Netflix hará, si todo va según lo que se está hablando, es hacer un lanzamiento mundial el próximo 1 de marzo.

Se suele hablar de un buen momento del cine vasco. ¿Cómo lo ve?

-No sé hasta qué punto es casualidad. Ojalá estemos viviendo una especie de nacimiento de una Edad Dorada y que le podamos dar continuidad, pero no sé si es así. A veces echas una moneda al aire y sale siete veces cruz.

El texto original de ‘El hoyo’ era dramatúrgico.

-Era una idea de David Desola, que coescribió con Pedro Rivero para una obra de teatro que nunca se hizo. Le pasaron el guion a Carlos Juárez y este me lo pasó a mí; nos encantó. Aun sabiendo la dificultad que tenía la adaptación a un formato cinematográfico, nos pusimos a ello. La esencia de lo que traía este texto para teatro era muy potente: la profundidad de los personajes, la simbología, todo el mundo metafórico que arrastraba.

¿Hicieron cambios?

-Muchos, pero se intentó mantener esa esencia inicial.

¿Fue difícil?

-Nos costó dos años sacar un guion para la película. Fue un proceso bastante extraño. David, Pedro y yo estábamos muy implicados con el guion. Teníamos visiones diferentes y hubo luchas de estúpidos egos, que no puede faltar. Cada uno veía la película de una manera muy particular. El texto original era más humorístico pero yo tenía claro que en la película tenía que ser mucho más sutil y sarcástico. A David le gustaba un tono humorístico más alocado y que se marcase más en la película. Pedro, por su parte, también la veía de otra manera. En cada momento, en cada secuencia, había cosas que veíamos de manera similar, pero otras muchas no.

Lo consiguieron.

-Hemos conseguido una película que mezcla géneros que están pegados entre sí por una puesta en escena y una dirección de actores que, en vez de llevarte por el camino de los hechos, te lleva por el de las emociones.

¿La obra de teatro era mucho más cómica y alocada?

-Mucho más. El guion original era casi un sainete con un chiste detrás de otro chiste. En la versión final, los chistes están en el texto pero puestos en un segundo término, aprovechando el sarcasmo, la ironía y ese universo kafkiano que tienen, pero, como digo, con un tratamiento visual e interpretativo más serio.

¿Qué cambiaron hasta llegar al resultado final?

-El guion original de teatro no tenía el tercer acto que la película sí tiene. Había que hacer una puesta en escena mucho más orgánica y corpórea. Había que trasladar al espectador la sensación de opresión, de no poder respirar, de agobio, algo que en el teatro no puedes hacer. Debía ser mucho más creíble que lo que era la obra teatro. Intentamos preservar toda la metáfora, la simbología y toda esa parte más poética que tenía la original y trasladarla a un universo más físico.

Una de las cuestiones que aborda ‘El hoyo’ es la existencia o no de la “solidaridad espontánea”.

-En El hoyo se ve que algunos sí son capaces pero colectivamente es muy complicado. Entonces, hay que darle un empujoncito a eso.

¿Se puede hacer una lectura de la película como un mundo dividido entre el norte rico y el sur pobre?

-Sí. El tema de los niveles se puede entender como norte y sur, clases sociales, ricos y pobres... Pero esta película no es un reproche hacia los de arriba, busca enfrentar al espectador y a nosotros como autores a los límites de nuestra solidaridad, y ver cómo reaccionaríamos dependiendo en el nivel en el que nos encontramos. En El hoyo los protagonistas a veces son ricos y otras veces muy pobres; se trata de enfrentar a la misma persona a un contexto diferente, sin que tenga la obligación moral de ser generoso y sin que tenga ningún tipo de consecuencia el hecho de ser generoso o no. Por eso creo que tiene tan buena acogida, porque no es una película en contra de nadie.

¿Por qué?

-Eso lo asocio siempre a un tostón de película. Esto es un thriller de ciencia ficción con un componente social más visible que lo que generalmente se suele encontrar en el cine de género; suele estar más escondido.

En determinado momento, el personaje de Trimagasi (Zorion Eguileor) afirma que sus actos solo vienen motivados por el miedo. ¿El ser humano es más peligroso cuando está asustado?

-El miedo es la emoción fundamental que marca el comportamiento humano. Cuando el ser humano se encontraba en la parte central de la pirámide trófica, vivía completamente asustado por la cantidad de depredadores que teníamos. De pronto, gracias a la evolución cognitiva, nos pusimos en la cima de la cadena alimenticia. Cuando pones al mando a una figura que ha vivido con miedo, se convierte en un auténtico hijo de puta. El miedo, siendo una emoción que nos ha ayudado a sobrevivir, nos ha convertido en la especie más miserable que ha pisado este planeta y, probablemente, el universo.

También plantea cómo el ser humano reparte las culpas entre otros.

-Es lo que plantea El hoyo. Si siempre estamos pensando que hay otro que lo hace peor, nunca vamos a hacer nada. Siempre va a haber un político o un rico que contamine más que tú, que malgaste más...

Durante la cinta sobrevuela una entidad etérea que parece condicionarlo todo: la Administración.

-Cuando planteamos la película nos preguntamos varias cuestiones: ¿Dónde está este hoyo? ¿En qué año transcurre? ¿En qué país? Es la típica película que podría terminar con los protagonistas saliendo del hoyo y descubriendo el espectador que la trama se ubica en Marte dentro de 500 años. Es una distopía que podría tener, perfectamente, un final tan extravagante como este, pero que no lo tiene. Evidentemente, es una metáfora de lo que es el mundo que hacemos todos. Ellos tampoco culpan a la Administración. En algún momento se menciona, pero se dan cuenta que todos somos parte del mundo y que la responsabilidad es compartida.

Se omite intencionadamente mucha información.

-La película está construida de manera que la información se da de forma dosificada para que al espectador no le dé tiempo a preguntarse dónde está ocurriendo esto, quién lo controla, quién lo ha construido y por qué. El hoyo es el mundo. Si esperas que La Administración o los políticos solventen el mundo, estás equivocado, no va a pasar. Te enfrenta a que tú tengas que hacer algo y si lo hacemos todos, pasará; si no, no.

‘El Quijote’ es una de las referencias constantes de la película. La gesta que plantea ‘El hoyo’ es bastante quijotesca.

-El espíritu de Don Quijote siempre está presente. El idealismo del Quijote está representado por Goreng (Ivan Massagué), que contrasta con el materialismo de Trimagasi que es nuestro Sancho Panza. Es uno de los elementos troncales de la película. Así como en El Quijote una de las preguntas es cómo pueden ser tan buenos amigos el idealismo y el materialismo, en El hoyo pasa lo mismo. Es porque todos tenemos parte de uno y parte de otro.

¿El rodaje también ha sido quijotesco?

-Sí. Era muy difícil. El texto se escribió para teatro y había que pensar cómo se iba a construir la plataforma y los decorados. La parte visual la trabajamos con la directora de diseño de producción, Azegiñe Urigoitia, y con el director de fotografía, Jon D. Domínguez, para poder imaginarnos y crear este mundo que no existe. Desde una producción muy humilde financieramente tratar de hacer una película de ciencia ficción en un sitio que no existe, tiene un punto muy idealista y muy loco. Muchos nos decían que no lo íbamos a poder hacer. Pero nosotros sí que lo creíamos y fuimos contra los molinos de viento.

¿Dónde se construyó el hoyo?

-En un pabellón de la Cruz Roja en Zorrozaurre, en el puerto de Bilbao. Allí construimos dos niveles de el hoyo y con esos dos niveles hicimos toda la película. La perspectiva infinita hacia arriba y hacia abajo se hicieron en posproducción.