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"La objetividad en la escritura es una falacia; siempre está la impronta de la autora"

Lucía Baskaran (Zarautz, 1988) ha publicado su segunda novela, ‘Cuerpos malditos’, tanto en castellano como en euskera con el título ‘Gorputz madarikatuak’

"La objetividad en la escritura es una falacia; siempre está la impronta de la autora"Esti Veintemillas

donostia - Después de publicar Partir en 2016, Lucía Baskaran vuelve a la carga con su segunda novela, Cuerpos malditos, que ha editado con Temas de Hoy de la editorial Planeta, además de con Alberdania en su versión en euskera, Gorputz madarikatuak, que presentó ayer en Donostia. A diferencia de su ópera prima, la zarauztarra se ha alejado de la experiencia propia para contar la historia de duelos, de ausencias, de sustituciones, de violencias, de amistades que son familia por encima de la propia y de cuerpos de mujeres “maldecidos”.

En su primera novela, ‘Partir’, el personaje protagonista, Victoria, afirma que ser actriz, como escribir un libro, es una “mierda con lazo”. ¿Comparte la opinión de su personaje?

-Comparto con Victoria que cualquier trabajo que requiera que vendas tu esfuerzo y tu tiempo por dinero es una mierda. Lo que ocurre es que hay mierdas más bonitas que otras, que visten más o que tienen más reconocimiento social, como es escribir un libro, ser actriz o artista.

¿De dónde parte la idea de escribir esta segunda obra?

-Estaba viviendo en Barcelona, trabajaba en una editorial. Un amigo me contó una historia que le había ocurrido a unos amigos suyos: chico conoce a chica en el instituto, se enamoran como locos y cuando están en mitad de la veintena ya tienen todo el plan heteronormativo, es decir, comprarse una casa, casarse, tener hijos y demás. Él muere en un accidente de tráfico, ella se lía con el hermano de él y se obsesiona con la idea de quedarse embarazada del cuñado porque piensa que así traerá el muerto a la vida. Me impresionó mucho. Lo primero que me vino a la cabeza fue la pregunta: ¿cuál ha sido el proceso mental de esta mujer para llegar a esa conclusión?

¿Le generó dudas abordar esta historia?

-Tenía dudas porque era una historia muy alejada de mi realidad, no sabía si iba a poder hacerlo. Pero la idea estaba ahí y volvía a mí una y otra vez. Entonces, tomé la determinación de escribir sobre ello. Además, la historia me sirvió como vehículo para escribir sobre cuestiones que me interesan: la amistad entre mujeres, el reparto de los roles de género en la familia, esta como núcleo de las violencias en general, la autopercepción de nuestros cuerpos... La historia estaba ahí, pero la he ficcionado completamente. Además, tuve la oportunidad de entrevistar a la chica a la que le ocurrió y no quise, porque quería hacer una ficción completa.

¿Cómo tomó la decisión de dedicarse solo a la escritura?

-Puse en la balanza un trabajo precario en Barcelona o volver a casa del aita y dedicarme a escribir un año con todo lo que eso puede suponer. Cuando aún no había terminado de escribirlo, me llamó mi editor, que había leído Partir, y me preguntó con qué estaba. Al terminarla se la envié a mi agente y enseguida hicieron una oferta. Mientras redactaba la novela, estuve en una residencia para escritores en Girona y conocí a una de las tres únicas mujeres rabinas que hay en Francia. Me preguntó de qué iba mi libro y cuando se lo conté me dijo que era una historia bíblica: es la ley del levirato. Le pareció curioso que sin conocer esa historia abordase una narrativa que parece que permanece en el imaginario colectivo.

¿El proceso de escritura de ambas ha sido distinto?

-En Partir el arranque fue muy rápido. Luego me costó seguir, aunque ya tenía el comienzo. En Cuerpos malditos, en cambio, el arranque fue mucho más lento. El primer pensamiento que tuve fue que tenía que ser mejor que la primera, que es una cosa que está muy bien si lo que quieres es bloquearte y no volver a escribir (ríe). Después de un tiempo con esa idea, me planteé hacer cosas que no hubiese hecho en Partir, donde el personaje principal tiene una voz muy fuerte y el resto orbitan a su alrededor, pero no tienen una incidencia muy profunda en la trama. Me apetecía probar que fuese más coral. Encontrar el tono para mí es lo más difícil, y tenía muy claro que quería un tono muy distinto al de Partir, por probar, me apetecía meterme en otros sitios. Partir surgió de experiencias propias y luego ficcionadas; en Cuerpos malditos no hay nada de eso.

Entonces, pese al uso de la primera persona, no hablamos de autoficción.

-No. También es verdad que para mí la objetividad en la escritura es una falacia. Siempre está la impronta de la autora. No eres objetiva desde el momento que vienes de un sitio concreto, tienes unas ideas concretas y demás. Siempre hay algo de la autora. A alguien le escuché hace un poco que todo es ficción. En el momento en el que un recuerdo tuyo lo llevas al papel, ya es ficción.

‘Partir’ y ‘Cuerpos malditos’ mantienen una estructura similar: un desencadenante al principio y una narración en dos tiempos, entre el presente y la época adolescente o de maduración de la protagonista.

-Fue algo que no pensé de forma previa, fui escribiendo capítulos. Tuve claro que para hacer una novela más coral necesitaba conocer bien a mis personajes. Les hice una biografía para mí, para saber cómo hablaban, cómo se movían, cómo pensaban, qué sentían... Empecé a hacer biografías y a escribir recuerdos y la estructura salió así, no fue premeditada.

¿Los cuerpos de las mujeres están malditos?

-Más que malditos, maldecidos. Tenía claro que en el título debía aparecer la palabra cuerpo, porque es un pilar principal. Lo de malditos me lo pensé más porque sonaba a novela de terror, aunque sí hay algo como de terror psicológico. Fue el primer título que se me ocurrió, aunque luego barajé otros. Finalmente, se quedó con la primera opción, que fue más visceral.

¿Quién maldice los cuerpos?

-El patriarcado, sin ninguna duda. Y nosotras mismas también. En una sociedad absolutamente misógina, negar tu propio cuerpo es norma.

‘Cuerpos malditos’ habla sobre la ausencia y sobre cómo sustituimos (o no) a los que faltan. La protagonista, Alicia, busca en su cuñado Otto, una versión mejor de Martín, su novio fallecido.

-A Alicia, como a todas las mujeres, le ha convencido el sistema de que el objetivo vital debe ser el de tener pareja e hijos. Para ello, primero niega su bisexualidad cuando es niña y luego quiere creer que Otto es mucho mejor que Martín. Ella decide seguir la heteronorma porque ve que eso es lo que le va a aportar felicidad, pero aquello se rompe por todas partes. Eso también quería contarlo, de forma natural Alicia no es una mujer normativa, pero como recibe un castigo de joven por haberse salido del camino, se empeña en la normatividad hasta que se da cuenta de que tampoco esa es la respuesta.

¿Deconstruye el concepto de familia?

-Quería escribir sobre la amistad entre dos mujeres. En la cúspide de la jerarquía relacional está la familia y la amistad es tratada y retratada por el sistema como una relación de segunda. Hay que tener en cuenta que la familia es un proyecto de la construcción del Estado tal y como lo conocemos hoy. Si tenemos éxito en la creación de la familia tradicional, roles de autoridad y subordinación, eso nos asegura el pleno funcionamiento del Estado. Todo lo que son relaciones fuera de lo familiar son de segunda. La deconstrucción de la familia en el libro no está en las familias tradicionales, sino en cómo el personaje de Ane intenta formar su propia familia con su amiga Alicia.

La narración se completa con ciertas notas al pie de carácter para describir las violencias. ¿En qué momento decidió añadirlas?

-Al final decidí incluirlas porque quise visibilizar las violencias. Como digo en Partir, lo primero que hay que hacer para poder visibilizar algo es ponerle nombre. ¿Podría entenderse la historia sin ellas? Totalmente, pero fue una decisión consciente con un objetivo.

En su segunda novela aparece el municipio ficticio de Bortiz. ¿Trasunto de qué localidad es?

-Decidí ficcionar el municipio para poder tener ciertas libertades pero, evidentemente, con ciertas licencias, es Zarautz.

¿Cómo es pasar a una gran editorial como Planeta?

-Se edita con Temas de Hoy, que pertenece a Planeta. El trabajo de edición ha sido increíble. No he trabajado con la macroestructura de Planeta, sino con mi editor. No solo me han respetado el texto, poca gente edita hoy en día como ellos. Para la última edición fui a Barcelona a Planeta y nos encerramos mi editor y yo durante tres días. Nos pusimos los dos con el ordenador y él leía en alto porque lo que está mal suena mal enseguida. También ha habido mucho respeto, él me hacía sugerencias pero no se movía una coma sin mi aceptación.

Ha publicado también a la vez la versión en euskera, ‘Gorputz madarikatuak’, con Alberdania.

-Mi agente envió la versión en euskera a editoriales en euskera y Jorge Giménez, de Alberdania, se interesó por ella. Me hace mucha ilusión que se edite también en euskera.

No es muy habitual que se publiquen ambas versiones prácticamente a la vez.

-Ha sido una traducción muy rápida. Es verdad que si se publica en castellano y de aquí a unos meses en euskera, es perjudicial para esta última.

¿Considera que ‘Cuerpos malditos’ es también en cierta medida una crónica generacional?

-Tengo dudas con el adjetivo generacional. ¿Hay algo que no sea generacional? Una autora o un autor que escribe sobre su contemporaneidad es generacional. Creo que sí hay algo en mi generación, unos dolores o unos sentires compartidos, pero creo que es más una etiqueta periodística para aunar a un grupo de gente que otra cosa.

Sus personajes también presentan cuadros de depresión o hastío existencial fruto de la frustración de la generación.

-La depresión, el estrés, la ansiedad son todo patologizaciones. Eva Illouz dice en Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía que antes el orden moral lo establecía la Iglesia y ahora lo impone la psicofarmacología. Si estás deprimida y estás triste, no estás produciendo, por lo tanto, tienes que ser feliz, no para ti, sino para ser útil al sistema. Me molesta mucho cuando no se enmarca la depresión en un sistema; no lo especifico, porque es una novela, no un ensayo. Cuando en la televisión entrevistan a alguien que está deprimida, tiene ansiedad u otro trastorno lo tratan como un problema individual, cuando no lo es y pertenece a un sistema muy concreto. Más que generacional creo que es una consecuencia del capitalismo salvaje en el que vivimos.

¿Es el sexo una manera de sentirse mejor brevemente de ese hastío?

-Sí, el sexo como vía de escape es un tema que incluí en la primera novela. El sexo es una vía de escape maravillosa, pero hay algo de placer inmediato. Existen unas lógicas de inmediatez que creo que tienen que ver, una vez más, con no poder estar sin estimular ya sea visual o mentalmente ni un minuto, no poder estar sin que haya una pulsión y, muchas veces, incluye el sexo. Una pulsión muy común cuando se está deprimida es intentar alcanzar el orgasmo lo más rápido posible para liberar un poco de dopamina antes de que te dé algo.

Se le considera una de las escritoras referentes de su generación. ¿Comparte esa opinión?

-Creo que hay gente mejor que yo. Aixa de la Cruz me parece una escritora súper potente. En Euskal Herria tenemos a Danele Sarriugarte, Uxue Alberdi, Eider Rodríguez... Son todas de primera línea y creo que, ahora mismo, tienen más herramientas que yo.

Precisamente, en la biografía que acompaña al libro destaca que Lucía Baskaran “reside en Donostia con la también escritora Danele Sarriugarte y un gato negro”.

-(Ríe) Con Danele llevo viviendo desde noviembre. Siempre me hace mucha gracia leer bios que dicen cosas como Vive con su mujer y sus tres hijas no sé dónde. Pues yo vivo con Danele que es mi amiga del alma y con un gato negro. Todo el mundo vive con su familia, pues yo con una amiga.

¿Cómo influye convivir con otra escritora?

-Es amiga. Es verdad que las rutinas están muy bien porque todo el mundo entiende que se necesita mucho silencio para leer, escribir y pensar. Es una convivencia que es un sueño, porque me entiendo muy bien con ella, pero no porque sea escritora, sino por cómo es ella. Danele fue la primera que leyó el manuscrito de Cuerpos malditos y fue muy generosa conmigo. Antes de vivir juntas, yo tenía unas dudas sobre la trama y nos sentamos a mirarlas. Me ha ayudado mucho a resolver cosas de la escritura, desde la posición de amiga, desde el cariño, el respeto, cuidados. Estoy contenta.