Personajes del XVI en actores del XXI
'Lady Off' plantea el dilema de cómo una actriz puede hacer frente a un papel que va a ser humillado ante el público
Sobre el escenario, Ricardo III desliza su mano sobre el rostro de una incómoda Lady Ana. El director de la obra teatral pide más: "Acércate a ella, invade su espacio. Si le tocas el hombro a un desconocido no pasa nada, pero si le tocas la cara estás siendo invasivo". Un gesto sutil con el que el realizador David Rodríguez Losada busca plantear en el filme Lady Off una serie de incógnitas en torno a cómo una actriz del siglo XXI puede sumergirse en la piel de un personaje que va a ser vejado constantemente sobre las tablas. Una película que nació "como un experimento artístico" a partir de un capítulo de diez páginas de la obra Ricardo III de Shakespeare y que se podrá ver hoy en la sección Zinemira.
El cineasta irundarra es consciente de que cada obra está ligada a su tiempo, pero tanto a él como a la coguionista Noemí Chico les llamaba la atención desde hace años la evolución que el dramaturgo inglés le daba al personaje de Lady Ana en tan solo una escena de Ricardo III, escrita en el siglo XVI. En ella, la joven, aun conociendo que el rey es el autor de la muerte de su esposo, cede finalmente a sus caprichos transformándose en "un juguete al que le despojan de toda dignidad".
"En la escena se ven dos Lady Anas y quería plantear la pregunta de si te metes en la piel de una como puedas aceptar a la segunda que se acaba convirtiendo en un no personaje", comenta David, quien con el fin de recalcar todavía más las dudas que la actriz que interpreta a Lady Ana pudiera tener, ambienta el largometraje en un pequeño teatro off madrileño.
De este modo, la actriz Marta Fuenar da vida a Ana, una joven que sueña con convertirse en una gran intérprete mientras compagina papeles en pequeñas producciones teatrales con un trabajo a media jornada. Su gran oportunidad parece que por fin ha llegado cuando es seleccionada para representar el rol de Lady Ana, pero la insistencia del director de humillar constantemente al personaje le hace plantearse si está haciendo o no lo correcto.
Un roce por el rostro de la mujer, una mano sobre su pecho o un paso al frente para situar la cara a escasos centímetros de la de ella. El director teatral pide durante un ensayo que con cada diálogo el actor que da vida a Ricardo III realice algún gesto que vaya incrementando esa humillación sobre la chica. "Muchas situaciones de abuso ocurren en pequeña medida y pueden ser igual de vejantes que las más grandes. Eso nos interesaba mucho. Los mínimos gestos son suficientes para mostrar un acoso", explica el director.
Para ello, David dio carta blanca a sus actores. Ellos simplemente conocían qué se quería contar y por dónde debía circular la historia, lo que para Marta podía llegar a ser peligroso. "Hablamos mucho con ella antes de rodar para que entendiese la presión emocional a la que se iba a enfrentar. Todos sabíamos el acuerdo que teníamos y mientras se respetase no habría problemas. Aún así, emocionalmente fue un rodaje agotador, principalmente para Marta, que está constantemente al límite", relata David, al tiempo que confiesa que incluso en el inicio de las grabaciones dudaba de si iba a ver una película. "Era un formato tan libre, tan experimental, que podía no funcionar. Aunque yo tenía ese miedo, nunca se lo dije al equipo. Hasta que no fuimos a montaje no sabíamos lo que teníamos", añade.
Look de falso documental El papel de las actrices en la industria
A pesar de que la mirada del filme puede extrapolarse al papel que muchas actrices de hoy en día deben adoptar en la industria cinematográfica, el director prefiere no generalizar. "Puede ser muy peligroso hacerlo. Aunque seguro que hay relación con muchos casos, nosotros solo queríamos poner la atención en esta situación", observa.
Asimismo, Lady Off tiene, sin quererlo, cierto eco del movimiento #MeToo y las recientes acusaciones a directores y productores de Hollywood. "Cuando saltó todo ello, nosotros ya estábamos en el proceso de selección de los actores. Tampoco creo que una relación con el movimiento nos favorezca, porque, por un lado, parece que nos hemos sumado al carro cuando no es así, y por otro, te hace preguntarte quién eres tú para aportar algo de voz al tema", indica el irundarra.
Lo que le interesaba más al cineasta era contar cómo los actores deben enfrentarse a los papeles que tienen que interpretar. Para ello, David impregnó el filme de un look de falso documental en el que se recoge todo el trabajo de una obra teatral, desde que los intérpretes memorizan la obra en su casa hasta la representación final, pasando por los diferentes ensayos. Todo ello además bajo un cierto aire de opresión constante que evoca a la filmografía de Michael Haneke y, sobre todo, Roman Polanski.
"Tengo fijación en Polanski, y seguro que involuntariamente hay algo de él. Al final, se trata de una película que se desarrolla en un ambiente cerrado, algo que él ha trabajado muchas veces. No obstante, teníamos claro que íbamos a grabar en multicámara para dejar que los actores marcasen la historia. Así es difícil tener algo visual, no sabíamos qué iba a surgir", apunta David, quien en su anterior película, el thriller La noche del ratón, sí que trabajo con un guion cerrado y las características propias del género.
El montaje fue el encargado de revelar que las "muchísimas horas" de grabación escondían una historia detrás y pensaron en el Zinemaldia como el lugar idóneo para mostrarla por primera vez. "Me hace mucha ilusión presentarla en casa, pero también siento como si el miedo a enseñarla se triplicase. La presión del público siempre está ahí, es algo que descubrí con mi primera película, pero ahora está también el desconocer cómo reaccionará ante el juego que se plantea en la historia y el miedo a que, entre él, estarán tus amigos y conocidos", revela con una sonrisa el director.