a su muerte, hace ahora 62 años, Marañón dejó escrito que Don Pepe Beguiristain (1879-1952) fue el internista de mayor prestigio en la región, maestro en el arte de curar y pulcritud en su vida profesional. Don Gregorio, que gustaba prodigar alabanzas en sus obituarios, sólo le reprochaba al Dr. Beguiristain que apenas había dejado escritos médicos de su fecunda vida profesional. Sí, en cambio, una gran tradición oral de enseñanzas a pie de cama en el Hospital de Manteo y un buen número de discípulos que siempre le tributaron afecto y consideración al que consideraban maestro y humanista. Tanto Oreja como Barriola y, especialmente, Guillermo Videgain Salaverría, recientemente fallecido, gran amigo de su padre médico, en Hondarribia, destacaban la bondad, la caballerosidad, su fino ojo clínico y el amor por el euskera y las costumbres de su país natal.

Muerte inesperada la suya, operado por Benigno Oreja de cálculos vesicales, una embolia precipitó el deceso. Multitudinaria manifestación de duelo, aquel septiembre de 1952, para un médico poco dado a convencionalismos sociales, pero querido por buena parte de la profesión, cosa que suele ser difícil, y muy estimado por sus pacientes, sin distinción de clases. Un año antes, en 1951, la ciudad le tributó un homenaje, con medalla incluida, fiesta en Artikutza, y hubo alguna vez una hermosa placa con su imagen en el Colegio Médico. Su nombre ha quedado inmortalizado en el paseo que conduce a los hospitales.

¿Quién fue Beguiristain? ¿Por qué merece este recuerdo? Tres escenarios marcaron su vida: San Sebastián, Hondarribia y los años de formación en París y Berlín.

José Beguiristain Gorriti nació en la Parte Vieja donostiarra, terminada la última carlistada. Asistió a la escuela de don León, en la calle Campanario, y luego a los Marianistas.

Por influencia de un pariente médico de Tolosa, el Dr. Arribillaga, inició sus estudios médicos en Valladolid, siendo discípulo predilecto del Dr. Simonena. Importa destacar su formación en Europa, especialmente en París, en el Hospital San Luis, como dermatólogo y sifiliógrafo con figuras como Brocq, Darier y Sabouraud. En el Hospital de La Salpêtriere fue discípulo de Babinsky, como neurólogo, y en el Hôtel Dieu asistió a las lecciones de medicina interna con Dieulafoy. Pocos bagajes intelectuales médicos tan representativos y punteros en aquellos años, que señalan la excelente formación del Dr. Beguiristain, que completó en Berlín con Boas. Estaba al día de le ciencia médica de finales del siglo XIX y principios del XX.

Tras esas estancias, volcó su saber médico en el Hospital de Manteo. Desde su entrada como médico de guardia, en 1906, llegó a ser jefe de sala de Medicina y director de Hospital. Es aquí donde brilló Beguiristain, creó, a su modo, escuela, y difundió su saber. La Guerra Civil de 1936 marcó también su vida. De ideas más bien republicanas, tuvo pasión por la política, sufrió algún rechazo, vivió el consabido miedo y trató, como tantos, de sobrevivir.

Se ha dicho de él, y con razón, que fue un médico humanista. Además de sus conocimientos alejados de la medicina (música, literatura), se perfiló como un excelente clínico, especializado en dermatología y dolencias del sistema digestivo y nervioso, que buscó el diagnóstico en la anamnesis y la exploración sin abusar de pruebas analíticas y otros medios diagnósticos que entonces empezaban y que hoy lo inundan todo. Los Rayos X se empleaban con profusión, él también, como atestiguaban sus manos seriamente dañadas.

Queda por relatar su vinculación con Hondarribia. La entrañable amistad que mantuvo con el Dr. Videgain, padre de Guillermo, lo explica en parte. Ambos fueron compañeros de estudios médicos en Valladolid. Beguiristain visitó a su amigo médico en Hondarribia toda su vida, incluso cuando por razones físicas su amigo hubo de dejar la profesión.

Los recuerdos del Dr. Beguristain están asociados a tantos lugares, ambientes y vivencias de aquella Hondarribia de tiempos de la República: la Marina, el Hotel Jáuregui, el ya desaparecido Hotel Peñón... Sus fiestas, la anécdota de que en una ocasión le robaron la cartera en la que llevaba 50 pesetas, de las de entonces (1931), pero él quitaba importancia al hecho. Los paisajes, la luces de ese bello rincón que han inmortalizado tantos artistas. Recuerdo que, en alguna ocasión, en sus últimos años, Menchu Gal, la gran pintora del Bidasoa, al saber de mi conocimiento del pasado médico vasco, me preguntaba por el Dr. Beguiristain, su prestigio médico y los recuerdos de Hondarribia.

Para terminar, qué mejor colofón que el último párrafo escrito por el Dr. Barriola en el obituario que le dedicó a su muerte: “Su amor intenso a la tierra que le vio nacer se reflejaba en el cultivo constante de su lengua, en la poderosa atracción que le ejercían sus costumbres y tradiciones, sin que por ello el equilibrio perfecto de sus sentimientos le hiciera excluir cierta platónica admiración por la meseta castellana, austera y mística”.