me refiero al Hospital de San Antonio Abad, de San Sebastián, u Hospital de Manteo, inaugurado en 1888 y clausurado en 1960, momento en que va surgiendo la ciudad sanitaria, hoy complejo universitario del Hospital Donostia. El Hospital de Manteo sustituyó al decimonónico Hospital de San Francisco, en Atocha, y se ubicó en el barrio de Gros, en la zona donde está la casa natal del almirante Oquendo, hoy avenida de Navarra, en frente del ambulatorio. Los planos fueron obra del reputado arquitecto José Goicoa y el emblemático edificio representó la medicina donostiarra y guipuzcoana de más de 70 años. Su cierre, en 1960, y posterior demolición, causó hondo pesar en la ciudad. Dos posturas se enfrentaron: aquellos que abogaban por nuevas construcciones, más acordes con los avances de la ciencia médica, y los que mantenían la conservación del histórico edificio de Manteo, con reformas puntuales, al modo anglosajón. Prevaleció la primera postura, destruir y construir algo nuevo en otro emplazamiento, no necesariamente mejor y desde luego muy costoso.

La medicina es un saber reflejo, en ella influyen los aspectos sociales, económicos, culturales, políticos y religiosos de una sociedad. El Hospital de Manteo es el espejo de una sociedad sumida en el conflicto bélico. A esa repercusión me referiré en la siguientes líneas.

Al almuerzo habitual de algunos médicos del hospital, los sábados en Casa Cashan, muy próximo a Manteo, y lugar de reunión de aquellos sanitarios, con largas sobremesas, llegan noticias confusas de un alzamiento militar en África, aquel infausto 18 de julio de 1936. Aquel grupo de galenos estaba encabezado por el director del Hospital, el cirujano Luis Ayestarán, el psiquiatra Manolo Larrea, el cirujano de digestivo, Dr. Iñaki Barriola, y los también médicos Gallano, de Irun, Uzcanga, Mañeru y Sañudo. En ocasiones se les agregaban Juan Mari Arrillaga, Arriola y algún invitado esporádico. Desde esa fecha, hasta la entrada en Donostia de las tropas nacionales, el 13 de septiembre de 1936 -“la liberación de San Sebastián”, calificativo que recibió de los “patriotas españoles”-, la ciudad vivió entre rumores, bulos y gran desconcierto. En ese escaso tiempo, el Frente Popular organizó un hospital de sangre en el Hotel de Londres, dirigido, a la fuerza, por el tisiólogo y presidente del Colegio Médico, Emiliano Eizaguirre, y el traumatólogo Bastos Ansart. El Hospital de Manteo va recibiendo los primeros heridos de guerra en medio de aquella confusión.

Caído San Sebastián en manos franquistas, la situación se complicará para muchos médicos del Hospital. Uno de los primeros problemas fue la movilización hacia el frente de tantos médicos, que fue vaciando Manteo. Los que podían se “agarran” al cuadro de exclusiones médicas para eludir el frente, listado que modifican de inmediato para reducirlo al mínimo y eliminar enfermedades, reales o figuradas, motivo de exclusión. Luis Ayestarán (1888-1954), como director del Hospital, así como fundador del Instituto Radio-Quirúrgico, en 1933, y Emiliano Eizaguirre (1888-1967) jugarán un papel importante protegiendo a sus compañeros de un forzoso destino en la guerra, y aguantando la presión de médicos de corte falangista que buscan represalias a los nacionalistas. Entre los primeros, Tomás de Larrosa, García Velez, Leandro Martín-Santos, Benigno Oreja, San Emeterio, Mena, entre otros; entre los segundos, Barriola, Arrillaga, Arriola, Larrea... que vivían en una semiclandestinidad, agazapados en servicios auxiliares o en el hospital.

El miedo era aún mayor al saber que existían documentos con sus nombres, temiendo por sus vidas. Las delaciones y envidias se cobraron muchas víctimas. Llegaban a la ciudad “liberada” médicos que huían de zonas republicanas y otros desterrados desde lugares limítrofes, recuperados por el bando nacional, que contaban infinidad de muertos. Los que pudieron, a medida que la guerra avanzaba, huyeron al extranjero. Fue el caso de Emiliano Eizaguirre, que salió para Argentina, luego volvió, pero ya nunca más fue el mismo, recluído en su vida privada. Eizaguirre fue una de las grandes figuras de la tisiología nacional, creador de la Fiesta de la Flor (cuestación contra la tuberculosis) y promotor del Rotary Club en San Sebastián.

La incautación de los bienes de los médicos nacionalistas fue otro de los problemas. El Dr. Barriola y su familia lo perdieron casi todo. Pudo salvar su coche gracias a que lo puso a nombre del Hospital de Manteo con ayuda de su director, Ayestarán. Otros colegas como Zuriarrain miraron a otro lado. En momentos de dificultad, también por miedo, muchos se acomodaron al nuevo régimen, olvidándose de la antigua amistad si es que alguna vez la hubo de verdad. ¡Cuántas desilusiones!

Aquellos que quisieron contemporizar, acomodarse, ponerse de perfil y “nadar entre dos aguas”, pronto se vieron en dificultades y tachados de tibios y antipatriotas. Luis Ayestarán fue multado con 3.000 pesetas, en 1940, y Beguiristáin, Celaya, Román Aranburu, Echeto, Albea, Correas y Olano, médicos del Hospital de Manteo, sufrieron ese año un proceso de depuración en el Colegio Médico de Gipuzkoa, presidido por Benigno Oreja y actuando como instructor el médico militar Leandro Martín-Santos. Más grave fue el caso de Iñaki Barriola, encarcelado en Porlier, Madrid, y condenado a muerte, por ser “furibundo nacionalista”. Luego, tras un costoso proceso, fue absuelto.