Hay quien se empeña en contraponer la belleza y la claridad en el mensaje, como si lo hermoso precisara una intrínseca complejidad. Para los que consideran que son términos antagónicos, los bertsos de Manuel Lasarte siempre constituyeron un artefacto incómodo, la prueba de que la conquista formal no obliga a desprenderse, en la batalla, del contenido.

Con la muerte del bertsolari nacido en Leitza pero hijo de Orio, donde residió la mayor parte de su vida y donde fue despedido ayer, se desvanece una generación de bertsolaris -resiste Joxe Agirre Oranda- que preservaron la tradición de los bertsos en los años taciturnos del franquismo. "Tuvo una importancia vital en una época en la que cualquier actividad, sociopolítica, económica o cultural, era más difícil que ahora", reconoce el bertsolari Andoni Egaña.

Para muchos bertsozales, las últimas imágenes de Lasarte sobre un escenario pertenecen al Campeonato de Gipuzkoa de Bertsolaris de 1995. Se coronaba, por primera vez, el andoaindarra Aitor Mendiluze, en cuyo estilo se aprecian algunas similitudes con la belleza y precisión característica del oriotarra. Lasarte fue el encargado de ponerle la txapela, un instante cargado de emotividad que Mendiluze rescataba ayer con una mixtura de emociones: "Me llegó mucho solo que estuviera allí, después de haberle oído de pequeño y de leer sus libros, y el hecho de ganar y que él me colocara la txapela fue ya una pasada. Mi padre, que era muy aficionado a Lasarte, también asistió, se me juntaron muchas cosas y tengo un recuerdo imborrable".

Mendiluze (Andoain, 1975) recuerda que, con su muerte, el bertsolarismo queda huérfano no solo de la persona, un referente para su generación "con un estilo depurado" que a todos ellos les "hubiera gustado tener", sino también de "una forma de hacer y de entender el bertso muy diferente". "El discurso de antes era más lineal que el nuestro, muy limpio, muy claro, y en el caso de Lasarte muy rico en matices. Más que de la técnica, partían del mensaje", analiza el improvisador andoaindarra. "El verso de Lasarte se oye sin ningún esfuerzo, te va entrando de forma fácil y natural, mientras que los bertsolaris ahora pecamos mucho de tecnicismos y cuando no te queda redondo, el mensaje se resiente", admite.

Egaña (Zarautz, 1961), que coincidió en la plaza cuando Lasarte terminaba y él empezaba, elogia su trayectoria, "cantando de plaza en plaza" desde los 17 años hasta pasados los 60. Continuó después, aunque "de forma esporádica". "Era un bertsolari especial. A la hora de plegar las palabras a la métrica y a la rima era inigualable. Tenía un don especial para poner la palabra concreta en el sitio preciso", valora.

el último txikiteo

La luz melancólica

El bersolari zarauztarra conserva "buenos recuerdos" del último día que Lasarte cantó en un festival organizado. Fue en 1986, en Anoeta, en las fiestas del Corpus. Tras el recital, Egaña le llevó a Orio en su Ford Fiesta rojo. "Tenía mis planes para ese día, irme temprano a Zarautz y al día siguiente a trabajar a Vitoria, pero él me dijo ya que me has traído hasta aquí, vamos a tomar unos txikitos. Y así hicimos: yo tenía 24 años y el 59, entonces me parecía un hombre mayor, ahora no me lo hubiera parecido tanto -sonríe-. Me dio consejos y me habló de bertsolarismo. Tengo un recuerdo muy bonito de aquella noche y de aquel txikiteo".

Pese a la sempiterna fragilidad de su aspecto, y las constantes autorreferencias que hizo en sus bertsos a su renqueante estado de salud, Lasarte ha vivido 84 intensos años, y su luz ha inspirado ámbitos más allá del bertsolarismo. El músico Juan Carlos Pérez quedó impactado por una entrevista en ETB -realizada por Joxemari Iriondo, al que el fallecimiento de Lasarte le pilló en Chile- y su obra Lazkao Txiki gogoan, aconsejada por Migel Anjel Elustondo y que él recomienda a su vez. "Me gustó mucho que el texto fuera casi autobiográfico, porque además de Lazkao Txiki, hablaba de una época del bertsolarismo que se acababa. Me llamó la atención la perspectiva desde la que miraba el mundo, muy novedosa y cercana. La palabra que me viene es melancolía, no tristeza".

Su legado es "indiscutible e impresionante", sostiene Mendiluze. "Todo lo que ha cantado y escrito quedará, no solo para mi generación, sino para los que vienen detrás, y seguro que seguiremos descubriendo nuevos aspectos".

Le sobrevive su hijo Euxebio, que ha estado también vinculado al mundo del bertsolarismo, y su nieto Manuel, que optó por otra arraigada tradición: el remo. Integrante de la embarcación aguilucha, a la que Lasarte dedicó una colección de bertsos, participó en la última edición de El conquistador del fin del mundo, que se emite en la actualidad. En su presentación confesó emocionado que si ganaba, le dedicaría la victoria a su abuelo. Un material conmovedor para construir un gran bertso.