Donostia. Era una calurosa tarde de agosto de 2007. Aitzol Aramaio desbordaba vida y pasión mientras en el puerto viejo de Algorta dirigía a Héctor Alterio y Daniel Brühl. Ni él mismo sabía cómo había conseguido convencerles para protagonizar su primera película, Un poco de chocolate, basada en la obra literaria de Unai Elorriaga titulada SPrako tranbía, ganadora del Premio Nacional de Narrativa en 2002. Los actores confesaron que no habían dudado a la hora de apostar por este joven cineasta vasco.

Ayer, Aitzol Aramaio (Ondarroa, 1971) amanecía muerto en su domicilio del municipio vizcaino, donde se encontraba pasando unos días de vacaciones en compañía de su familia. El cineasta, de 40 años de edad y padre de una hija de tres años, que no tenía problemas de salud, murió, al parecer, de un infarto al corazón.

Aramaio llegó al cine a través de un videoclip después de haber estudiado en la Escuela de Cine y Vídeo de Andoain y, poco a poco, de forma inconsciente, el cine fue adquiriendo para él proporciones mayores. Fue director del videoclip Lili de Mikel Laboa (1995) y después se las ingenió para presentarse ante Platero y tú y realizar un trabajo para ellos: Hay poco de rock and roll. Durante el concierto de Manu Chao en Barcelona, emergió su multipremiado corto Terminal, cuando una toxicómana fue increpada por algunos asistentes. El corto, once minutos de extraordinaria dureza, lanzó su carrera y fue premiado en multitud de festivales de todo el mundo, entre ellos el de Berlín en 2003 y en Venecia. Estaba protagonizado por el argentino Miguel Ángel Solá y su mujer en la vida real Blanca Oteyza, y actores vascos como Ramón Barea o Mariví Bilbao.

opera prima Un poco de chocolate queda como el primer y último largometraje de su filmografía, que estrenó en 2008 en el Festival de Cine de Málaga. El guionista y director eligió como protagonistas de esta producción a Bárbara Goenaga, Daniel Brühl, Héctor Alterio y Julieta Serrano y el propio autor Unai Elorriaga colaboró como asesor. Entonces, el director confesaba que, cuando leyó la novela de Unai, ésta le "conmovió profundamente". "Me sentí muy identificado con los personajes. Sentí que había que contar esa historia. Sabía que si afrontaba el proyecto, me pasaría tres años trabajando a tope pero que nada pararía el viaje que estaba a punto de comenzar. La emoción que sentí al leer el libro me dio la fuerza para trabajar en la película. Entonces, subrayé el disfrutar como uno de mis objetivos", había expresado.

Aramaio empezó a buscar financiación, a hablar con unos y con otros. Y el resultado fue un filme en el que el universo de Unai Elorriaga se trasladaba a la gran pantalla. Para Aramaio, el libro de Elorriaga era "un melodrama mágico lleno de vida contado desde la posibilidad de la muerte, cuyos temas centrales son el amor y la bondad. Lo que quiero contar en la película es que la vida no es ni buena, ni mala, lo que importa es la actitud que se toma en ella. La película es un viaje hacia la muerte, a través de la vida".

Aitzol Aramaio era una de esas personas que gozaban con las relaciones humanas. Le gustaba comunicarse y compartir. Pero también sabía escuchar y por eso lo que Aramaio pretendía es que sus películas llegasen al público.

Recientemente confesaba que no había vuelto a rodar otro largometraje porque "todavía" tenía que "encontrar la historia". "De momento, no la busco, tiene que buscarme ella a mí. Cuando encuentre una historia que me mueva por dentro, emocional y sentimentalmente, como me ocurrió con la de Unai Elorriaga, ahí voy a estar". No ha podido ser.