la Tate Britain ofrece en una excelente retrospectiva dedicada a Henry Moore una visión más compleja que la tradicional del escultor británico, cuyas grandes figuras reclinadas, a mitad de camino entre figuración y abstracción, adornan numerosos espacios públicos en todo el mundo. La galería londinense estuvo estrechamente asociada a Moore desde su adquisición en 1939 de la escultura Recumbent Figure, considerada una de sus obras maestras, y, gracias a la generosidad del artista posee hoy una de las mayores colecciones de su obra en el mundo, junto a la Henry Moore Gallery de Ontario, coorganizadora de la exposición.

Conocido sobre todo por esas arquetípicas representaciones de la figura humana, de formas orgánicas dominadas por grandes oquedades, Moore (1898-1986) fue en los años de entreguerras un escultor radical, tanto en estética como en política, y poseía una veta inquietante y oscura muy alejada del optimismo humanista que respiran las creaciones que más popularidad le han dado.

"visión pesadillesca"

Pesimismo y ansiedad

La imagen que se tiene de Moore es la de un artista que a partir del primitivismo de los años 20, influido por las colecciones etnográficas que vio en el Museo Británico y por la obra de coetáneos como Brancusi o Epstein, se implicó de lleno en el llamado movimiento moderno para finalmente emerger tras la II Guerra Mundial casi como embajador cultural de su país.

Pero, frente a la imagen tranquilizadora que proyectan algunas de sus últimas obras, a las que algunos reprochan su excesiva retórica, Moore fue en sus años jóvenes un artista profundamente afectado por la crisis de civilización, el pesimismo y la ansiedad que marcó a tantos artistas e intelectuales en el período de entreguerras. El autor hablaría de una "visión pesadillesca de carne putrefacta", y tal vez ése y otros horrores de la vida en las trincheras explican en parte su iconografía de aquellos años. Con sus extrañas figuras de aire totémico, sus cascos de guerrero, sus esculturas de madres que apartan siempre la mirada del hijo al que amamantan, sus cuerpos retorcidos de mujeres de abultados miembros y diminutas cabezas, sus guerreros amputados y caídos, el Moore que muestra la Tate es en efecto mucho más turbador que el artista al que estábamos acostumbrados.