Salió el arcoíris promovido por el sol que es Tadej Pogacar en los Tres Valles Varesinos un año después de la cancelación de la clásica por las fuertes lluvias, que fueron tormenta, diluvio y río salvaje, una escena propia de las pinceladas de William Turner, el pintor de tempestades.
“Era cuestión de ver en que momento nos caeríamos", dijo entonces el esloveno en medio de aquel temporal que obligó a anular la clásica entre el dolor de los organizadores, huérfanos sin el astro esloveno. Se despidió entonces dando un abrazo el esloveno y con la promesa de volver.
Pogacar reconoce el trabajo enorme que se necesita para poner en pie las competiciones y se comprometió con la organización para volver el año siguiente, que ya es este, para completar otro de sus autorretratos de ganador.
En Varese lucía un sol estupendo, el cielo azul decorado de nubes blancas para componer una escenografía naif.
Sublimado el punto de fuga del paisaje de Lombardía por la presencia de Pogacar y sus dos arcoíris, el de Zúrich y Kigali, y las estrellas del Europeo.
El firmamento le abraza o tal vez sea él quien, dios ciclista, lo estruja y con la presión que ejerce logra que broten el arcoíris y las estrellas y todo tenga mejor aspecto.
En otra exhibición, más contenida porque el sábado le espera Il Lombardia para tallar su nombre por quinta ocasión, Pogacar realizó un ensayo general en los Tres Valles Varesinos, donde confirmó su autoridad con pasmosa facilidad.
Otra muesca más para su palmarés de días de guardar, subrayados en rojo, que son casi todos. El esloveno volador, que va en moto mientras el resto sacude su impotencia en la bici, logró en solitario su 19ª victoria del curso, la 107ª de su biografía.
No se cansa de vencer Pogacar que agota al resto, sumidos los extras de la función en la depresión y la desesperanza. Inalcanzable el esloveno, un ser superior que juega con el resto. Esa amalgama de esforzados se jugó la segunda plaza al esprint.
La logró Philipsen por delante de Alaphilippe. Ion Izagirre obtuvo la décima plaza. Hacía un buen rato que el campeón del mundo, el dueño de la galaxia, había saludado su triunfo con una sonrisa. Ríe Pogacar, siempre risueño. La vida es bella para él.
Bernal, Milesi y Simmons alzaron su orgullo hasta que asomaron por el retrovisor Pogacar, que contaba con Del Toro, Lafay y Eulálio. Convertida la clásica, de 200 kilómetros, en un remake de El diablo sobre ruedas. Se empastó el grupo. Los siete magníficos.
Al esloveno aquella reunión le parecía una multitud, incómodo después de conquistar el Mundial de Kigali tras rodar en solitario 66 kilómetros y de hacerse con el Europeo después de acumular 75 kilómetros de monólogo.
Superioridad de Pogacar
Pogacar, tan superior, tomó unos metros en la bajada de Montello, la cota que animaba la clásica con varias pasadas, y dejó una estela de todos lo colores entre la grisura de sus perseguidores, que racanearon el esfuerzo en el descenso y se quedaron colgados en un limbo.
Pensando en el segundo puesto, el diván al que obligan todos los movimientos del esloveno, que es una jaque mate constante.
Simmons, con su maillot de capitán América, de barras y estrellas, se ató al entusiasmo como cuando pidió matrimonio a su prometida en París el último día del Tour. Ese día, Pogacar festejaba su cuarta corona en la Grande Boucle.
La fiesta de Simmons fue efímera porque el pelotón le tocó el hombro. La del esloveno es eterna. Nadie puede aproximarse a él, ni tan siquiera imaginarse cerca.
Pogacar celebraba su libertad, la del hombre solo que rige su destino ajeno a las penurias del resto.
Es suya la leyenda del indomable, la del ciclista alado y todopoderoso. El esloveno honró a la competición a la que renunció el pasado curso por la tormenta.
Desató el vendaval Pogacar, huracán que a todos derribó para anotarse otra victoria cotidiana.
Cesare Pavese dejó escritos sus pensamientos en el Oficio de vivir. En Varese, Pogacar rellenó unas líneas en su cuaderno de bitácora.
En el diario de sus victorias escribió otro apunte. “Tres Valles Varesinos. Nueva victoria. De nuevo a solas. Un buen día. Otro”. El diario de Pogacar es el oficio de ganar.