Todo va sobre ruedas, podrían decir los organizadores del Tour haciendo un chiste fácil, a tenor de los resultados de las primeras cinco etapas. Cada una con un vencedor de postín: Philipsen, Van der Poel, Merlier, Pogacar y Evenepoel. Lo mejor de lo mejor en cada especialidad: el sprint, los repechos, la montaña, aunque ésta haya sido sólo un aperitivo, y la contrarreloj. Como si los hubieran designado en un centro de control y diseño inteligente, mediante una IA. Y es que éste es un signo de lo que llaman “ciclismo moderno”, donde nada o muy poco queda para que se lo repartan los corredores humildes, los trabajadores del pedal. Siempre tiene que ganar el jefe de filas, el mejor. Porque además esto renta más publicidad a la marca. Y esto, que pudiera parecer un buen principio deportivo, puede volverse en contra si algún día se rebelan esos ciclistas del pelotón, los gregarios que se desviven por sus líderes, los que llevan los botellines o cogen el avituallamiento en arriesgadas maniobras. Antes quedaban algunas victorias para ellos, porque los jefes eran más generosos y no lo disputaban todo. Pero de seguir así, llegará esa revuelta, porque ningún ciclista llegó al pelotón profesional con la única ambición de trabajar para un jefe; todos, también los más modestos, fueron de los mejores en las categorías inferiores y soñaron con la gloria, que deben eliminar en el cenit de su carrera, de un plumazo. Y, aunque como digo, parezca un buen criterio deportivo el que siempre gane el mejor, y hasta sea más vistoso para el espectador, eso esconde una trampa en un deporte como el ciclismo, un deporte de triunfos individuales pero donde se gana gracias al trabajo de equipo. Sin esa labor, en etapas de 200 kilómetros, llanas o con puertos, uno solo no haría nada. Lo dicho, si esos líderes tan ambiciosos no abren un poco la mano, dejarán de trabajar tan entusiastamente para ellos.
Remco Evenepoel y la contrarreloj
La contrarreloj queda al margen de esta reflexión, porque éste sí es el arte de lo individual, sin ayuda, cada uno solo con sus fuerzas. Y la crono de ayer dejó evidencias, pero también interrogantes. Nos mostró con claridad la clase del fenómeno que es el belga Remco Evenepoel en esa especialidad. Da gusto verle rodar. Nadie como él pone la espalda paralela al suelo, de tan aerodinámico que rueda. Es una virtud que le acompaña desde juvenil, donde brilló como ningún otro corredor contra el reloj. Una postura tan perfecta requiere condiciones naturales, aunque se pueda mejorar con los entrenamientos. Se ha colocado segundo en la general, y yo espero que pase bien la montaña, porque ha trabajado mucho en la escalada y se le ve muy fino. Me alegraría, porque es el único corredor que se ha manifestado contra la agresión genocida de Israel en Gaza. No sólo mencionándolo en alguna entrevista, sino activamente, publicando videos de solidaridad en las redes. Y también ha entrado al debate frontal contra las manifestaciones de tinte racista de un periodista belga sobre la familia de su mujer, de origen magrebí. También enseñó la fragilidad de Vingegaard, que perdió más de un minuto con respecto a Pogacar, que hizo una meritoria etapa quedando a 16 segundos de Remco. Se vaticinaba que el resultado iba a ser el contrario, con Vingegaard superando a Pogacar, sacando las conclusiones de lo sucedido en la Dauphiné, pero lo que pasa en esta carrera, preparatoria del Tour, es engañoso, porque no todos muestran allí sus cartas verdaderas. Con el danés a más de un minuto y dieciséis etapas por delante, con toda la montaña, se augura una carrera muy agresiva.
Sabotajes desde Arroa Behea
La etapa discurrió alrededor de Caen, escenario del desembarco y de la batalla de Normandía, que destruyó la ciudad en julio de 1944. Caen era además, uno de los puntos neurálgicos del llamado Muro del Atlántico, una cadena de defensas que los nazis alemanes estaban edificando desde 1942, entre Hendaia y el cabo Norte, en Noruega. Muy cerca de Caen, en el llamado Gran Bunker de Ouistreham, tiene su sede el Museo del Muro del Atlántico. Cuento esto porque ese Muro se relaciona directamente con nosotros, con nuestra memoria, por algo que ocurrió muy cerca de aquí, y que muy pocos conocen.
En Arroa Behea había, en esos años, un destacamento de presos políticos republicanos que trabajaban, como esclavos, para la empresa guipuzcoana de cemento ABC. Un grupo de comunistas de esos presos, se enteró, a lo largo de 1943, de que parte de ese cemento que ABC fabricaba en Arroa, iba destinado a los nazis para la construcción del Muro del Atlántico. Entonces, esos presos decidieron poner su granito de arena para ayudar a la victoria de los Aliados y a la derrota del nazismo. Efectuaron sabotajes, con los que consiguieron que se derrumbaran varios postes del tendido aéreo que se estaba construyendo para bajar piedra, mediante vagonetas aéreas, desde la cantera de Itziar, que distaban ocho kilómetros de la fábrica; y consiguieron averiar el molino de la fábrica. Acciones muy valientes. Pone la piel de gallina saber cómo, un puñado de presos, arriesgó su vida para ayudar a los Aliados, en este remoto rincón de Europa. Cuando fueron descubiertos, y a punto de ser cazados, los cabecillas de los sabotajes huyeron a Francia.