La etapa tuvo un desenlace de infarto para una etapa preciosa, plena de combatividad por un recorrido que reflejaba como ninguno nuestra orografía, los pasos de valle a valle con puertos cortos pero muy pendientes, y en el Goierri, que, en su vasquedad profunda, fue también cuna de vascos universales. Apunto dos, el ministro republicano Juan Usabiaga, y el más popular comunista guipuzcoano, Jesús Larrañaga. Pudimos ver el majestuoso Txindoki desde todas sus vertientes, la picuda desde Ordizia, y la mole desde Amezketa. Y, como remate a toda esa belleza, un final feliz con el triunfo de Alex Aramburu, justo al lado de su pueblo, Ezkio. Una victoria que nos tuvo en vilo, por su primera descalificación, pero los jueces rectificaron dándole el triunfo, porque Alex tomó la rotonda por donde se debía, a pesar de las señales, por donde estaba indicado en el libro de ruta, que los corredores conocen previamente. Hubiera constituido una grave injusticia pues su triunfo no se basó en ninguna argucia, sino en su valentía y fuerza en el descenso de Lazkaomendi.
Montaña rusa
La etapa fue una continua montaña rusa de situaciones desde el paso por el puerto de Mandubia, donde el UAE se puso a trabajar a fondo porque parecía que el líder, Schachmann, flojeaba y se quedaba atrás, cortado. En la bajada, sin embargo, se recomponía el grupo. En la dura subida a Gaintza pasó lo mismo, con el líder rezagado, lo que auguraba que se desinflaría; pero volvió a recuperar el terreno bajando; y cuando en la subida final todos pensaban que se desmoronaría, Schachmann pasó al ataque, apoyando la insistencia del Bora y sus dos puntas, Vlasov y Lipowitz. Mientras que el UAE desaparecía, salvo Almeida. El alemán Schachmann dio todo un ejemplo de cómo correr a la contra y de ahorrar fuerzas, y creo que será difícil desbancarle. Es un corredor agónico, que lo da todo, y al que cuesta mucho sacar de rueda cuando se empeña. De esa manera ha ganado dos ediciones de la París-Niza, que no es poco. Además, con el reducido plantel de figuras presentes en esta Itzulia, sólo veo a Almeida y a Lipowitz con facultades para ponerle en aprieto, y no son corredores muy superiores a él.
La grave caída sufrida el año pasado por Evenepoel, Roglic, y Vingegaard, ha tenido como consecuencia su desaparición de la escena de la Itzulia. Creo que el pensamiento mágico negativo ha debido de influir en esa decisión, no sólo su conveniencia de calendario. Han querido evitar un sortilegio que piensan que se encierra contra ellos en nuestras carreteras. Y es injusto, porque las carreteras vascas son buenas, en general, y los recorridos adecuados para coger la forma, como históricamente se ha demostrado. Aquí venían los que iban al Giro para ponerse a punto, y los que querían ir a las clásicas de las Ardenas. Esperemos que se les pase y vuelvan, porque sin ellos no vemos a los mejores, aunque sí el mejor ciclismo, quizá mas abierto y combativo.
Mi anécdota
El recorrido, pasando por Mandubia y Beasain, debido a esos dos parajes, me lanzó al recuerdo de una carrera de juveniles, a mis 17 años, vivida en ese mismo escenario. La relataré, no con el ánimo de contar una batallita, sino porque encierra una serie de enseñanzas sobre el papel de los entrenadores en el deporte, en esos momentos en los que un joven se está formando. Porque puede haber buenos entrenadores, malos y regulares, y su presencia puede ser decisiva para estimular o para amargar a los chavales. Aquel era un fin de semana intenso, en el que teníamos dos carreras, una el sábado por la tarde en Urrestilla, otra el domingo por la mañana en Oñati. La carrera de Urrestilla es a la que me refiero. Llovía mucho, y subíamos el puerto de Mandubia por el mismo lado que los corredores ayer. Pasé bastante adelante por la cima, y mi recuerdo del descenso se parece a un sueño o una alucinación, tengo la imagen como una película grabada en mi cerebro: un descenso muy rápido y la carretera mojada se convertía era una pista de patinaje sobre la que se iban cayendo todos los corredores que llevaba delante, y yo, que no me caía, adelantaba hasta los primeros puestos, eufónico.
En esa euforia vi caer delante a otro ciclista, en una recta, a unos veinte metros de mí. Me daba tiempo a frenar, pero iba muy rápido, toque el freno trasero, un error, la bici me hizo la tijera sobre el eje del manillar y me caí yo también. Me llevaron al centro de salud de Beasain, donde me pusieron la antitetánica. En el camino de vuelta a casa, el entrenador me dice que esa noche me invita a cenar en un restaurante. Yo lo entiendo, agradecido, como un gesto de amabilidad, donde se juntaban, la solidaridad con mi caída, estaba molido; con el hecho de que yo estaba ese fin de semana solo en casa, y el entrenador lo sabía. Cené una chuleta enorme, y, al terminar, el entrenador me dijo: “Mañana a las siete de la mañana, te recogerá el coche”. Yo me quedé perplejo, no me podía creer que pudiera pensar que estaba en condiciones de correr. Aquella cena había sido una trampa, una maniobra.