Muchos ciclistas del pelotón profesional habrán recibido con alivio el final de la temporada de las grandes carreras, para liberarse de la hegemonía de los campeones, que no dejan ni las migajas para el resto. Se irán de vacaciones, ya no se desmonta la bici como era la moda antaño después de la última prueba, con el deseo, formulado o no, de que en la nueva campaña todo cambie, sus fuerzas se multipliquen, y las de los dominadores actuales, Pogacar, Evenepoel, Van der Poel, Van Aert, e incluso Roglic y Vingegaard, mengüen. Es un deseo legítimo. Porque de no ser así, seguiremos viendo a las mismas estrellas arrasando en cualquier competición. Éste es el nuevo paradigma del ciclismo actual, el de que las figuras disputan todas las carreras con la ambición de ganar, todas. Mientras que en tiempos cercanos, no hay más que irse hasta los tiempos de Contador, Nibali, o Froome, los corredores, los capos de los equipos, se preparaban para unas cuantas pruebas del calendario, y dejaban el resto abiertas, para que las disputaran los demás. Era una expresión del conocimiento científico del deporte que se tenía entonces, donde se pensaba en el límite del cuerpo, que no podía estar a pleno rendimiento constantemente, sino en determinados momentos bien preparados; y también era una actitud deportiva, no avasalladora, más democrática. Mientras que ahora, ese conocimiento de la ciencia del deporte parece haber avanzado, en los métodos de entrenamiento, en la nutrición, para sostener en lo alto, en el cenit, a un campeón de manera casi constante, con apenas unos pequeños descansos. Basta con mirar el despliegue continuo de Tadej Pogacar, ganando grandes carreras desde el principio del curso, como la Strade Bianche y la Lieja-Bastoña-Lieja; el Giro y el Tour en el final de la primavera y el verano, y el Mundial de ruta y el Giro de Lombardía este sábado pasado. Algo menos intensivo, pero parecido, es el caso de Remco Evenepoel, ganador al comienzo de la temporada en el Algarve, haciendo un gran Tour, venciendo en las dos pruebas de las Olimpiadas, el mundial de contrarreloj, y siendo segundo en Lombardía. Es otro modelo de ciclismo, cuyo principio es: ganar todo lo que se pueda. Está por ver si eso les permite resistir arriba muchas temporadas, o si esa energía y ansia devoran años de su carrera profesional. 

Pogacar, imperial

De momento disfrutamos de sus exhibiciones, en primer lugar de las de Pogacar, imperial desde el Tour, intratable tanto en el Mundial como en Lombardía; asusta tanto a sus rivales, que se enfrentan empequeñecidos antes él, sin siquiera osar a responder a sus ataques, para no quedar en evidencia. Eso fue claro el sábado en Lombardía, una clásica que a diferencia de otras, además de atravesar un terreno duro, quebrado, incluye varios puertos de montaña en su recorrido, que se modifica cada año. Éste incluía el Colma de Sormano, a cincuenta kilómetros de la meta, Sormano es una subida de 12 kilómetros de longitud y pendiente media del 7 %, pero con picos del 13 %, es decir un verdadero puerto. Y cuando Pogacar atacó en sus rampas, como todo el mundo preveía, nadie intentó seguirle, ni Evenepoel, que estaba en ese momento a su lado. Como dijo el belga, sabía que en este momento Pogacar es superior y prefirió seguir a su ritmo. Un ritmo que le permitió llegar solo y en segundo lugar a la meta, mostrando quién es el mejor de los mortales en este momento. 

Próximo curso

Para el año próximo sobrevuela un misterio, cómo pesará ese factor Pogacar en el pelotón. Ese factor que encorseta las carreras en las que participa, con todos sus rivales amedrentados por la superioridad del astro esloveno. Por eso creo que este otoño e invierno van a ser muy intensos en los cuarteles generales de los equipos, más sensibilizados que nunca ante la necesidad de una mejora en todos los aspectos de sus mejores corredores, mejoras que explorarán en todos los campos, en el trabajo del entrenamiento, en la nutrición, en la aerodinámica y también en el psicológico, para que puedan liberarse de ese miedo ante Tadej Pogacar que los atenaza. Un temor que se basa en la supremacía real de Tadej, pero que a veces la exagera, y minimiza las fuerzas, las verdaderas posibilidades de sus adversarios. Necesitan limpiar su mente, para sentirse hombres como él, de igual a igual, y si son inferiores, para dotarse de la astucia y la valentía que permitieron al pequeño David derrotar a Goliat. Nosotros, los espectadores, nos retiramos también al espacio del sueño, del sueño de las carreras futuras, habiendo disfrutado con las demostraciones ciclistas de las estrellas, en un año brillante, de alto ciclismo, como pocos que se recuerden, pleno de emociones, que nos han llegado, sobre todo, con el pedaleo de Pogacar y de Evenepoel. Esos dos ciclistas son las estrellas de esta temporada 2024, el uno por el número y prestigio de sus triunfos; el belga por su juventud y la calidad de sus éxitos, como las Olimpiadas, donde tuvo la puntería para conseguir algo sublime y que sólo se puede alcanzar cada cuatros años. Ellos son la revolución del ciclismo, la realidad de una juventud que lo quiere todo y lo quiere ahora. Y ese manifiesto es hermoso.