[A rueda] "Quedarse bajando", por Miguel Usabiaga
Transcurridas cinco etapas del Tour de Francia, hemos visto un poco de todo. Hemos visto el potencial de los equipos, y aquí encontramos una diferencia con el Tour del año pasado: el menor potencial del equipo de Vingegaard respecto al UAE. Al UAE le han respetado las caídas, tanto a su líder Pogacar, como a sus compañeros. Mientras que el Visma ha sufrido las bajas de Van Baarle y Kruijswijk, caídos en el Dauphiné, de Kuus, sin recuperarse del Covid; y Van Aert, que está, pero aún a medio gas tras su grave caída en la primavera. Cuando el UAE puso un tren rápido en el Galibier, Vingegaard se quedó con único compañero, Jorgensson, y cuando el ritmo se acentúo al final de la ascensión, completamente solo. Antes hubiera sido al revés, con el Visma marcando un tren infernal. Así que las caídas de la temporada pueden resultar decisivas, y no solo por haber impedido una preparación idónea a Vingegaard, sino por la afección a sus ayudantes.
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Hemos visto el desempeño en la montaña, en la corta y áspera de los Apeninos, en Bolonia y Rímini; y también en la dura y larga, con la incursión en los Alpes. Y aquí yo he visto una carrera parecida a la de las primeras etapas del Tour pasado, las que transcurrieron por Euskadi. El diseño era parecido, etapas duras, con Jaizkibel, con el Vivero en Bilbao, como las italianas, y un Pogacar atacando para despegar a Vingegaard y por las bonificaciones. Y el danés que perdía unos metros pero que al final alcanzaba su rueda. En el conjunto de las etapas vascas, Pogacar sacó a Vingegaard una renta de once segundos, mientras que ahora le ha sacado 50. Un poco más pero igual estilo, ataque al final, como en el Galibier, a falta de 800 metros para la cima, aprovechando su mayor explosividad. La diferencia en el Galibier no fue realizada en el ataque en la subida, sino bajando. Ese esquema siguió el año pasado hasta que Vingegaard encontró la debilidad de Pogacar en el Marie Blanque, en la quinta etapa. Este año eso no sucederá en una etapa tan temprana, pero no hay que enterrar al danés. Por eso hago la analogía, porque la actitud de Pogacar sigue el mismo patrón, y si Vingegaard va a más, lo que es previsible pues es su primera carrera tras su lesión, puede encontrar el punto débil del esloveno.
Hemos visto que debajo de los dos principales candidatos hay otras figuras que no estaban el año pasado, a poca distancia, y que prometen batalla y quizá sorpresas si Pogacar y Vingegaard se descuidan. Está Evenepoel, que superó con nota el paso de la alta montaña en el Galibier, que seguro que le ha sacado la espina que tenía clavada tras su fiasco en el Aubisque, en la Vuelta de 2023. Y Roglic, la constancia, un seguro de vida, a quien nunca se puede descartar. La contrarreloj aclarará el panorama.
También hemos asistido a dos momentos históricos, el primer triunfo en una etapa del Tour de un ciclista de raza negra del África subsahariana, el del eritreo Girmay, en Turín. Y ayer, la conquista del récord de victorias de etapa en el Tour, a cargo de Cavendish, a sus 39 años, sumando la victoria 35, en 15 Tours disputados. Estaba igualado con el gran Eddy Merckx, y ayer le superó.
Decía que Vingegaard perdió la mayor parte del tiempo con respecto a Pogacar bajando el Galibier. Y es así. En la cima estaba a una decena de segundos, que se redujeron a siete en las primeras curvas, y de ahí en adelante creció la brecha hasta los 37 en meta. Nada molesta tanto, ni supone tanto deshonor para un ciclista, como quedarse bajando. Lo sé por experiencia. Si te quedas cuesta arriba, es la ley del más fuerte, pero al revés, representa una humillación, es cosa de diletantes, de poco oficio o de poca valentía. Conocía dos razones para quedarse bajando. Una era el miedo, comprensible si la bajada es peligrosa, con malas curvas, o piso mojado. También si uno tiene reciente la experiencia traumática de un accidente; eso le bloquea, como podía ser el caso de Vingegaard, por cuya cabeza aún debe rondar su dramática caída en la Itzulia. Otra la falta de fuerzas. Si uno ha llegado al límite a la cima, gastándolo todo, no tiene ni la potencia de reacción para salir de las curvas pedaleando, ni la destreza para tomar bien las trazadas. En el Galibier he descubierto una tercera, la falta de desarrollo. Vingegaard montó un monoplato para la etapa, una etapa muy montañosa que obligaba a que éste único plato no fuera muy grande, para que le sirviera en la subidas; y se notaba en las rectas de la bajada que le faltaba multiplicación. No entiendo esto del monoplato, el ciclismo siempre ha avanzado buscando más desarrollos, más versatilidad. Con dos platos y doce coronas, se pueden combinar relaciones para llano, plato grande, o subida, pequeño, en las que el salto de piñones sea de un diente o dos. Mientras que un solo plato obliga a saltos de multiplicación de al menos tres dientes, y eso impide encontrar el desarrollo justo. ¿No será que quieren vender más bicis, como pasó con los frenos de disco?