Me parece que este Giro no ha sido capaz de enganchar a la gente, ésa es la percepción en mi entorno cercano. Salvo a los más apasionados, entre los que me incluyo, para los que cualquier prueba de ciclismo es una fiesta. Nada se le puede objetar a Tadej Pogacar, pues una verdadera competición exige que todos den el máximo para que no sea algo adulterado.

La mejor versión

Nadie puede dejarse ganar, pues entonces se incurriría en un fraude deportivo, o sería teatro, el arte la simulación. Pogacar ha hecho lo que tenía que hacer dando lo mejor de sí, y ante eso, deportivamente, no cabe más que el elogio, Los “muy cafeteros” veíamos en sus exhibiciones el brillo de sus quilates; que sí las nuevas bielas más cortas le permitían pedalear con una frecuencia inusual en los puertos; que si estaba más delgado y por tanto con un mejor relación entre potencia y peso; y así un sinfín de detalles que seguramente el espectador de a pie, a quien guían las emociones de la competencia, no apreciaba. Y éste ha sido el problema.

Tadej Pogacar, campeón del Giro. Europa Press

Sin competencia

La falta de rivales. A veces, observando cómo se desenvolvía el esloveno, sobre todo en sus seis victorias de etapa, uno tenía dudas de si asistía a una verdadera carrera, es decir, a una guerra sin cuartel frente a sus adversarios deportivos o, más bien, a unas maniobras militares sin fuego real

Y este concepto de maniobras en lugar de disputa real es el que están intentado instalar ahora sus adversarios del próximo Tour, creando un escenario de lucha psicológica. El preparador de Vingegaard, el único que le ha vencido en las dos ediciones últimas, ha comenzado a desactivar el posible efecto desmoralizador que el gran éxito de Pogacar pudiera tener en su pupilo, diciendo que no considera relevantes las exhibiciones de Pogacar en el Giro porque no tenía rivales de su talla. Y eso es cierto. Pero a pesar de ello, hay que decir que Pogacar dejó, en las rutas italianas, en sus montes, perlas de gran valor.

Pogacar, campeón, con Daniel Martínez, segundo, y Thomas, tercero, en el podio. Giro de Italia

En cuanto a la preparación del trío presto a plantar cara al esloveno en Francia, Roglic-Vingegaard-Evenepoel, poco se conoce. Se sabe que están concentrados, realizando entrenamientos de alto nivel, que son secretos hasta donde quieren, pues de vez en cuando cuelgan algún dato, siempre parcial, de sus entrenamientos en la red. No han competido desde sus caídas en la Itzulia, y lo único que disputarán antes del Tour será la Dauphiné Liberé, o la Vuelta a Suiza.

Así que, hasta que rueden por ahí, les rodea el misterio. Un misterio que a mí me resulta emocionante, intrigante, como el preámbulo de una película policiaca en la que se debe desvelar un crimen del que se saben los sospechosos, pero donde hasta el último momento no conocemos al verdadero asesino. En nuestro caso pacífico, el Tour es el misterio y el asesino su vencedor.

El rosa es de Pogacar

Viendo la hermosa bicicleta Colnago, pintada de rosa, que lució Pogacar en Roma, me viene a la memoria una polémica del año pasado. Algunos excorredores famosos dijeron que Pogacar sacaría mucha más ventaja si corriera con otra marca en lugar de Colnago. Me extrañaron esas declaraciones. Colnago siempre fue un fabricante puntero, sus bicis equiparon a ganadores como Saronni, a los soviéticos de la época dorada de Souko, o al propio Merckx, que siempre alabó sus máquinas.

Tadej Pogacar, a su entrada a Roma como vencedor del Giro. Efe

Colnago fabricó el cuadro de la bicicleta de 5,75 kilogramos, a pesar de ser de acero, con la que Merckx batió el récord de la hora en México en 1972, y que duró hasta 1984, cuando lo batió Francesco Moser, ya con otra geometría mucho más aerodinámica. Y el camino de Ernesto Colnago es ejemplar: hijo de campesinos pobres italianos, que en 1944, con 12 años, empezó a trabajar como aprendiz de soldador en un taller, compatibilizando el trabajo duro con una exitosa carrera ciclista; tras la que montó un pequeño taller de bicis en su pueblo, que crecería hasta convertirse en la famosa marca del trébol.

Sólo me lo explico por una cierta maldad envidiosa que corroe las redes, los llamados “haters”, “odiadores”, tan presentes en el mundo interconectado por Internet actual. Lo subrayó el mejor esprinter del Giro, el belga Tim Merlier, que venció en la última etapa. Debió recibir muchas críticas pasadas de rosca de los tifosi, porque dedicó sus victorias, tres etapas, a los “haters”.

Podio

La segunda plaza en la general del colombiano Luis Felipe Martínez, me alegró mucho por un asunto estrictamente personal. Hace un par de años, tras la Klasika de Donostia, merodeaba con mi hija de catorce años por los aledaños del hotel Costa Vasca. Sabíamos que allí se alojaban muchos equipos ciclistas y nos gustaba, sobre todo a mí, husmear en los boxes, observar a los mecánicos limpiando o preparando las bicis, y con suerte ver a algún campeón. Y ese día tuvimos la suerte de toparnos con Luis Felipe, que aceptó gustoso tomarse una foto junto a mi hija. Le pregunté por la carrera, y muy amable me contestó que había sido muy dura., Sus piernas parecían de alambre. Guardo esa foto con el mismo cariño que aquel autógrafo que conseguí de Eddy Merckx en mi infancia. Como dicen, nos prolongamos en la vida con nuestros hijos