El Giro de este año presenta un recorrido menos exigente, menos montañoso, seguramente diseñado así por los organizadores para atraer la participación de Tadej Pogacar, tras haber señalado éste su deseo de realizar el doblete de Giro y Tour. El arranque impetuoso del esloveno no deja lugar a dudas sobre su ambición, y estamos frente a la incógnita de si asistiremos a un monólogo, representado en distintos actos; o, si pecará de codicia y eso le pasará factura.

De momento, en la subida a Oropa me dio la impresión de estar menos fuerte que otros años, pues sólo sacó 27 segundos atacando a más de cuatro kilómetros de meta; y en Turín fue vencido por sus dos compañeros de fuga, Narváez y Schachmann, algo difícil de creer.

Mientras se aclara ese dilema, prefiero escribir sobre otra prueba recién terminada: La Vuelta femenina. Me gustó especialmente la quinta etapa, Huesca-Jaca, donde la gran campeona neerlandesa, Demi Vollering, cimentó su triunfo final. A veces expreso que ver ciclismo en televisión es un vehículo para viajar en el tiempo, a la historia, recorriendo las rutas donde sucedieron acontecimientos notables; y para viajar, también, a nuestra propia historia, a la de nuestras pequeñas hazañas secretas, a las de la niñez y las primeras escapadas, a las primeras bicicletas. Y esa etapa lo reunió todo. 

La etapa me lanzó a una infancia y adolescencia que pasé, durante gran parte de todos los veranos, en el Pirineo, al lado de ese enclave precioso que atravesó la carrera, San Juan de la Peña, subiendo cada día con mi bici ese puerto por su vertiente más dura, por donde ellas descendieron. Se pudo calibrar su pendiente en las velocidades que alcanzaron, y en las caídas que sufrieron algunas por entrar demasiado rápido en las curvas. El otro lado, por donde ellas subieron, es un puerto muy largo, de veinte kilómetros, que se hace muy pesado.

Sin vegetación hasta el final, con continuos cambios de pendiente, es, según el argot, una subida pestosa. Pero por esa misma pesadez, su último kilómetro, entre frondosos pinos y con la pendiente ya muy suave y constante, se convierte en un oasis. En pocos puertos he sentido esa sensación de placer, de pedaleo líquido, tras sufrir durante kilómetros la incomodidad del sube y baja; lo recuerdo como uno de los momentos de mayor placer sobre la bici, casi diría que de éxtasis.

En el final de la etapa, en el alto de Rapitán, sobre Jaca, en una cima donde hay instalaciones del ejército para las que se hizo la carretera, y un museo de miniaturas militares. Demi Vollering me recordó a Indurain. Puso un ritmo intenso desde abajo, sin realizar ningún ataque, y todas sus adversarias se fueron descolgando, incapaces de seguir su rueda. Algo que repitió en la última etapa, subiendo a Valdesquí. Estamos acostumbrados, ahora, en los puertos de las últimas grandes vueltas, con Pogacar, Vingegaard, a los ataques para hacer diferencias mediante una salida abrupta, un hachazo, pero no a aquel estilo Indurain, el de la locomotora en subida, y Demi Vollering me lo recordó.

Ha supuesto un gran avance que en un par de canales abiertos de televisión, no de pago, hayan retransmitido en directo La Vuelta femenina, eso habrá permitido a los espectadores contemplar un ciclismo de tanta emoción e intensidad como el de los chicos. Eso sí, deben mejorar los comentaristas, o al menos tener un buen guión sobre los lugares, pueblos y monumentos por los que pasa la carrera y que muestran las cámaras. Porque si no ese potencial del ciclismo se pierde, o peor, puede ser contraproducente.

El monasterio de San Juan de la Peña tiene dos edificios, el más antiguo y valioso, románico, que está enclavado bajo una gran roca; y otro posterior, barroco, levantado en el siglo XVII. Su diferencia es más que notable, pero no debió ser así para los comentaristas pues los confundieron.

En gran parte de su recorrido, desde Huesca al pantano de la Peña, la etapa discutía por la misma ruta que en diciembre de 1930 recorrió la columna de 800 soldados que se habían sublevado contra la monarquía de Alfonso XIII, tomando la Ciudadela y la ciudad de Jaca. Proclamaron allí la República y marcharon en una columna insurreccional hacia Huesca, con el plan de seguir hasta Barcelona, pretendiendo levantar para su causa a todas las guarniciones del camino. No llegaron a hacerlo porque las fuerzas gubernamentales los detuvieron en Ayerbe, y los insurrectos, que no deseaban que corriera la sangre ni que hubiera víctimas, se rindieron.

Los capitanes de esa columna, Fermín Galán y García Hernández, fueron juzgados de manera sumaria, y fusilados pocos días después. Fue el germen de la victoria republicana que llegó unos meses después. Los dos capitanes fueron muy populares, el gran poeta Antonio Machado les dedicó una canción infantil: "La primavera ha venido/del brazo de un capitán/Cantad, niñas, en coro/ ¡Viva Fermín Galán!". Si se hubieran hecho bien los deberes de memoria histórica en este país, quizá esa ruta podría llamarse Ruta de los Capitanes, y ser una guía para excursiones didácticas, y si hubiera pasado eso, seguramente a esa etapa de La Vuelta femenina, la habrían subtitulado así en la guía oficial: etapa por la Ruta de los Capitanes. Pero no.