Ha concluido una semana intensa de ciclismo, que empezó en Flandes, vino a Euskadi, y terminó en Roubaix. Siete días seguidos sobre la bici. Esa continuidad, sin un día de descanso entre las tres pruebas, hace que nuestra Itzulia no sea una carrera de preparación para el pavés del norte, como lo fue en otro tiempo cuando había unos días de espacio entre las pruebas. Los que van a Flandes, y los que van a Roubaix, ya no pasan por Euskadi, y eso hace que ese perfil de campeón rocoso, potente, todo terreno, no esté presente en nuestra carrera. Eso, y la orografía vasca, convierten a la Itzulia en un territorio para los escaladores. La Itzulia de ese año ha sido parecida a lo que Freud denominaba, en el campo del psicoanálisis, un “acto fallido”. Teníamos tres de los cuatro mejores corredores para vueltas por etapas, Vingegaard, Roglic, Evenepoel; y los tres tuvieron una caída dramática en la misma curva descendiendo el puerto de Olaeta. Y junto a ellos una decena de corredores, entre los que estaba otro candidato, Jay Vine. Un caída extraña, pues la curva no parecía tan mala. Al día siguiente, el segundo espada de Evenepoel, Landa, se rompía la clavícula, por enésima vez, en otra caída. Lo dije en otra crónica, que esta edición parecía amenazada por las caídas, viendo cómo Pidcock se cayó calentando para la contrarreloj de Irun y no pudo tomar la salida, la caída de Evenepoel en la crono, y la de Vine al día siguiente. Pero no imaginaba una catástrofe de las dimensiones de lo sucedido. Caídas tan graves que ponen en riesgo el programa de esas tres figuras, y menoscaban sus opciones para preparar bien el Tour. 

Se ha hablado mucho de las causas del excesivo número de caídas; hay quien dice que se deben al ansia de los corredores de estar siempre en cabeza, donde no caben todos; otros comentan que se deben al exceso de competitividad, con la consecuencia de la excesiva velocidad con la que se corre, todo el tiempo, mientras que antaño se iba a tope en determinados momentos, pero no siempre; incluso hay quienes las achacan a los frenos de disco, que, como son más eficaces y menos progresivos que los de herradura, dan demasiada confianza al corredor, pensando que va a poder parar en el último momento, sin prepararlo para la anticipación del percance. Sobre la curva maldita de Olaeta algún corredor de la zona ha apuntado que es un asfalto con bultos porque tiene raíces debajo, que lo hacen muy irregular y traidor. Seguramente, en la tragedia de esa caída confluyeron en mayor o menor medida todos estos factores juntos: el exceso de competitividad, la velocidad de más de 70 kilómetros por hora a la tomaban esa curva, los frenos de disco, y el asfalto deformado por las raíces. El caso es que la ausencia de esos tres campeones mermó el interés de la carrera, convirtiéndola en una carrera casi regional. Porque el ciclismo necesita héroes, su mito se nutre de ellos, de sus gestas. Y sin ellos, el prestigio de la prueba quedó adulterado, aunque la última etapa de Eibar tuviera un final emocionante con la gran táctica de equipo del UAE, y el ataque de Ayuso, que consiguió llevarse la Itzulia. Observo, desde hace un tiempo, la delgadez extrema de los ciclistas del UAE, muy perceptible a pesar de vestir un maillot blanco, y todos sabemos que el blanco engorda. Creo que llevan a sus corredores al límite para optimizar la relación entre potencia y peso.

Van der Poel

Van der Poel estuvo monumental sobre el pavés, empalmando dos grandes victorias esta semana, en el Tour de Flandes y en Roubaix, donde repitió el triunfo de 2023. Esta vez con un ataque muy lejano, a sesenta kilómetros de meta, sin que nadie pudiera seguirle. Me parece que los demás sienten que es tanta su superioridad que ni siquiera intentan seguir su rueda cuando demarra de verdad. En el pasado, cuando Van der Poel conseguía alguna de sus primeras hazañas, titulé un artículo El nieto de Poupou, pues es el nieto del legendario ciclista Raymond Poulidor, e hijo de otro corredor ilustre, Adrie Van der Poel; ahora debo titularlo, El abuelo de Van der Poel, pues el nieto ya ha superado con creces el palmarés ciclista de su abuelo y de su padre; pasando al elenco de los grandes figuras de la historia del ciclismo. Al finalizar la carrera dijo que lucir el maillot arco iris le estaba motivando mucho este año. La motivación, estar siempre motivado, es una condición necesaria para cualquier empresa de la vida. Cada quien la encuentra donde puede, en un viejo talismán, en una herida curada de la infancia, en un amor, en no perder la pasión de la bicicleta como un juego, como decía Coppi; o en mil razones, no importa cuáles, siempre que sean del lado ético, nunca del odio al adversario. Si es así la carrera del ciclista será larga, sino, se ahogará en su propia hiel. Y Van der Poel anuncia que estará en la Amstel Gold Race y en la Lieja-Bastogne-Lieja, donde se verá con Pogacar. Seguro que en las noches previas, acariciará su maillot arco iris, y soñará en la victoria como un niño.