Una pared en el frontón de Lekunberri homenajea a Berri Txarrak, la última gran banda de Euskal Herria. Un mural les recuerda en el lugar en el que dieron su primer concierto, el 15 de octubre de 1994. El Gaztetxe es ahora un frontón. La piel contra la piedra. Rock& roll. La tormenta eléctrica.

Iraila, septiembre, es el título de una canción de la banda. Parte de la letra, traducida, dice: Sería septiembre / el cansancio del mundo en el caer de las hojas/cuando todas las cosas que habíamos querido / perdieron su sentido (….) cómo adivinar en ese preciso instante / que todo ese pasado nos perseguiría para siempre.

Lekunberri en septiembre será para siempre el recuerdo y la memoria de Rui Costa, de profesión francotirador. El portugués es un cazador magnífico. Pulso firme, respiración pausada y magnífica puntería. La bala de experiencia. La más certera.

“Mucha gente entendía que ya no podía más y que estaba viejo, pero aquí está la demostración de que los veteranos tenemos mucho para dar”, expresó el luso, que cumplirá 37 años el próximo 5 de octubre. Adelantó su fiesta de cumpleaños.

Evenepoel forma la fuga

Campeón del mundo en 2013, vencedor de tres etapas del Tour, el luso interpretó mejor que nadie el final en Lekunberri para someter en el baile definitivo a Kämna y Buitrago, el trío que se adelantó en la fuga promovida por Evenepoel, una tormenta de verano que no cesa en la Vuelta. Al belga, excesivo, no le alcanzó para someterles.

Rui Costa, Kämna y Buitrago se jugaron la victoria en una danza espasmódica. Convirtieron la llegada a Lekunberri, engalanada de ikurriñas, en un anillo. Maniobras de pistards. Un velódromo.

En ese juego de trileros, todos bizquearon. Desconfiados. Giros de cuello, pausas, amagos. Por detrás, Evenepoel bufaba en estampida. Se quedó corto. Arrastraba al resto. Demasiada carga.

La calma del portugués

Rui Costa, Kämna y Buitrago medían cada gesto, cada pulgada, cada pestañeo. El colombiano esperaba un suceso extraordinario. Sentenciado. Kämna lo intentó, pero Rui Costa quería descorcharse al fina en la Vuelta. Un bautismo en el ocaso. Benjamin Button. Flash-back. Tiene memoria Rui Costa.

Rui Costa, con txapela, celebra el triunfo desde el podio. Efe

Impuso sus piernas, pero también su veteranía. “Hay que tener calma y paciencia”, apuntó el luso. Rui Costa se subió a la Vuelta a última hora. No estaba previsto que estuviera en el equipo. Se alistó con pasión, pero sin urgencias.

Eso le sirvió para adoptar todas las decisiones correctas que desembocaron en un festejo. El luso se puso la txapela para abrir el champán, la bebida de los campeones. Además, le entregaron una réplica de la mano de Irulegi, el primer texto en euskera. Sorioneku. Afortunado. La definición perfecta de Rui Costa en Lekunberri.

De vuelta a la vida tras el réquiem, el milagro Evenepoel, feliz, expansivo y generoso, –antes de la salida en Iruñea, la carrera se puso en pie desde la la Ciudadela, obsequió a Bardet, compañero de fatigas, con su maillot de campeón belga, tal vez por su pasado de futbolista y ese deje de intercambiar camisetas– se puso en pie de guerra en el amanecer.

El campeón belga, a por todas

Regresar desde el más allá, cuando se perdió en el Aubisque, absolutamente hundido, sin una hebra de hilo a la que asirse y tirar para salvarse, ha revigorizado al belga, dispuesto a correr sin miedo. Evenepoel es un carruaje de nitroglicerina. Puerta grande o enfermería. Camina o revienta.

Evenepoel, en el centro de la imagen, en la fuga. Efe

En una jornada ideada como un clásica, Evenepoel lució su mejor sonrisa. Las lágrimas de emoción de Belagua formaron un río de adrenalina en su organismo, otra vez exuberante y relampagueante. La tormenta Evenepoel.

Vingegaard frena al UAE

Tronó cuantas veces quiso hasta generar una fuga en Lizarraga, un montaña tendida, ideal para su expresionismo, para su brutalismo. El inquieto belga llamó a la rebelión. Invocó una asonada.

Soler buscó hacer palanca para desequilibrar al Jumbo, que es un giroscopio. Siempre vuelve a la posición de equilibrio. Vingegaard le tocó el hombro. El danés bloqueó con su movimiento cualquier estrategia de ajedrez que pretendió el UAE. Enric Mas respiró cuando volvió la calma.

El Jumbo controla la carrera. Efe

En el revuelo, en la idas y venidas, hubo un punto de nerviosismo e inquietud hasta que se aposentaron los dos frentes. Evenepoel y la fuga con Buitrago, Kämna, Rui Costa, Rubio… y el paso cuartelero del Jumbo, que dejó hacer porque tiene el joystick de la carrera, que maneja a modo de un videojuego. El mando lo sostiene Kuss, dichoso en su estatus.

Buitrago busca la sorpresa

El día por Nafarroa, poseía el espíritu de las clásicas por carreteras revoltosas, sinuosas, festoneadas por el esplendor en la hierba. Camino de Zuarrarrate, otra subida amable, sin malos modos, Buitrago espabiló. Se elevó la tensión entre los fugados. Evenepoel, rey de la montaña, domesticó al colombiano con su enérgico compás.

Cada vez que el belga entraba al relevo, sobre todo en los ascensos, ganaba crédito la escapada. El Jumbo dejó que el Alpecin contribuyera a la caza, pero el ritmo era insuficiente.

Amasada la primera pasada de Zuarrarrate, Geraint Thomas gritó otra caída en la Vuelta. El galés es un parte médico en lo que va de carrera. El accidente aisló a Thomas, otra vez condenado a sufrir.

La reedición de Zuarrarrate soliviantó la ambición de Buitrago, que había explorado con anterioridad el terreno en el que hacer daño. Rui Costa, que sabe más por viejo que por diablo, excelso francotirador, entendió que el colombiano no bromeaba.

Kämna, otro ciclista de fino olfato, también comprendió que desde Zuarrarrate se olían las flores de meta. Flores secas para Evenepoel, que era la primavera, pero tenía aspecto otoñal.

Final a tres en Lekunberri

En el descenso, burlón, de curvas traviesas, el alemán trazó mal. Se posó sobre la hierba. Se levantó de un respingo. Buitrago frenó mientras Costa trataba de convencerle. El colombiano no tenía intención de ir a solas con el portugués al cadalso. Sabía que era un hombre muerto.

La llegada de Kämna, que enlazó, le dio una extraña esperanza. No era verde, pero de algún modo no lo veía negro. Tal vez gris.

El cielo era azul y Rui Costa, sangre fría, jugador de póker, brilló tras la tormenta de Evenepoel. El pelotón se dejó tres minutos. Apenas unas hojas que reclama el otoño, antes del día de descanso, con Kuss al mando de la Vuelta que gobierna el Jumbo a su antojo. Adiós a Nafarroa. Ikusi arte, canta Berri Txarrak. En Lekunberri, su casa, Rui Costa celebró el mejor septiembre.