Tregua en la meta de Laguna Negra. La ascensión de los favoritos en grupo compacto parecía un plante, aunque en realidad se trataba de un oasis, donde tomar fuerzas ante la dureza que viene, los Pirineos. La única contrarreloj de la Vuelta permitió que Evenepoel ganara tiempo sobre el resto de candidatos, aunque perdió frente el especialista que no disputa la general y se reservó para esta etapa, Filippo Ganna. Algunos análisis de la contrarreloj subrayan que las diferencias logradas por Evenepoel son menores de las previstas. Pero hay que tener en cuenta varias cosas: era un recorrido totalmente llano y urbano; y con una distancia de 25 kilómetros. Si se analiza con rigor, y teniendo en cuenta el tiempo empleado en recorrer esa longitud, se llega a la conclusión de que no se pueden generar enormes diferencias. Recuerdo una anécdota de cuando yo era un corredor juvenil. Un día me calenté hablando con un amigo que no era ciclista, y, no sé cómo ocurrió pero terminé diciéndole que le sacaba 10 minutos en bicicleta entre Hernani y Orio. No lo pensé mucho ni lo calculé. Era un número redondo que satisfacía al desafió. No lo logré por poco, pues le saqué nueve minutos y medio. Pero analizándolo después, teniendo en cuenta que la distancia sólo es de 17 kilómetros, me di cuenta de que era prácticamente imposible sacarle 10 minutos, salvo que él fuera parado. A veces se nos calienta la boca, el alma, y no nos damos cuenta de la objetividad, de las leyes científicas que relacionan distancia y tiempo. Y en 25 kilómetros entre profesionales, las diferencias no pueden ser abismales.

La singularidad de la Vuelta de este año está en su menú pirenaico, adentrándose en Francia, en la zona norte de los Pirineos, donde los puertos son más largos y más exigentes. Un menú con dos etapas de extremada dureza, y con una acumulación de kilómetros de subida extraños en la Vuelta, más acostumbrada a los puertos de aquí, más explosivos pero más cortos y aislados. Dos etapas que serán decisivas, y en las que se pueden marcar grandes diferencias, si la condición de los corredores lo permite. Porque como siempre se ha dicho, son los ciclistas los que hacen o no duras, épicas, gloriosas, las etapas. Y para eso la Vuelta cuenta con el hándicap de ser la tercera en discordia, a la que algunos campeones vienen con los deberes ya hechos, léase Vingegaard, y otros como a un examen de recuperación de septiembre, tras su fallo en el Tour o el Giro, léase Evenepoel.

Uno de los protagonistas de las altas montañas pirenaicas fue Federico Martin Bahamontes, recién fallecido. Le llamaban “el águila de Toledo”, y hace un par de años una revista francesa de ciclismo lo distinguió como el mejor escalador de la historia. Eso es mucho decir, ahí están también Charly Gaul, Pantani, o los grandes campeones, Coppi, Bartali, Merckx, Indurain. Pero sin duda fue de los mejores. Y ese título, él, poco dado a la humildad, lo exhibía hasta el último día como si fuera incontestable. Reconozco que tuve alguna antipatía por Bahamontes durante años, aunque era algo más pegado a mis prejuicios políticos que a otra consideración. Ganó el Tour en 1959, salía en el NODO, en los noticiarios del franquismo, y era un símbolo deportivo utilizado por el régimen, como tantos otros, para lavar su imagen. Sin embargo, repasando su biografía, veo la vida de un ciclista humilde, un muchacho que se lanzó al ciclismo como una herramienta para escapar de la pobreza. Un chico que se hizo corredor repartiendo fruta en bicicleta por las empinadas calles de Toledo. Un rebelde que tuvo que estar una temporada escondido de la policía, que le buscaba, por robar fruta para comer. Un corredor que buscaba carreras por todo el país, a las que acudía con su bici montada en el tren, cuando no se acercaba en su propia bici aunque tuviera que pedalear toda la noche, para ganar el dinero del premio. Un ciclista hecho desde la necesidad. Y un rebelde que tuvo la valentía de enfrentarse a la Federación, que era parte de la dictadura, y abandonar el Tour; y no acudir adonde no deseaba. Un ciclismo de alpargata.

Este año está siendo fatal en cuanto a la desaparición de grandes campeones. Primero, en el borde del verano, murió nuestro Txomin Perurena. Después, Bahamontes. Y hace poco, Guillermo Timoner, el campeón mallorquín, que ostenta 6 títulos mundiales. Se especializó en una prueba desaparecida del ciclismo, la modalidad de fondo tras moto. Una especialidad en la que se alcanzan velocidades muy altas, hasta 80 km/hora de media durante toda la prueba. Era una prueba habitual en los velódromos, que tenía una replica tras moto en carretera, la Burdeos-París, de 600 km, también desaparecida, .y en cuyo palmares figuran campeones como Simpson, Van Springel, o Anquetil. Timoner tuvo una vida deportiva muy longeva. Tras abandonar el ciclismo, volvió a correr con 58 años, proclamándose campeón de España absoluto tras moto, título tras el que se retiró de nuevo; pero regresando otra vez con 69 años al velódromo, para proclamarse campeón de Europa de veteranos. Todo un ejemplo de pundonor y resistencia, muy valioso, ahora que se abre también otro frente de exclusión social contra el que luchar, el edadismo