Aunque el Tour llegaba decidido a las montañas de Alsacia, Pogacar y Vingegaard nos ofrecieron otra batalla de su guerra particular. Pogacar atacó en el último puerto del Tour, Plazerwasel, pero Vingegaard le respondió con solvencia. A partir de ahí, el mismo marcaje férreo que vimos durante las 16 primeras etapas. Subían un puerto de primera y parecía una prueba de velocidad en un velódromo, sólo les faltó hacer un “surplace”, es decir detenerse en equilibrio sobre la bici porque el que va primero quiere ceder su plaza al contrario, para controlarlo mejor. Mostró de nuevo las dos velocidades, la de Pogacar, Vingegaard y la del resto. Sólo cuando ellos ralentizan, vigilándose, dan opción a que otros ciclistas les alcancen. Remataron un Tour espectacular, muy disputado desde la salida en Bilbao.

La caída de Carlos Rodríguez bajando el Ballon Alsacia, me ha recordado la de Ocaña sucedida en esas mismas montañas., en el Tour de 1969. Y, Ocaña y Perurena, a poco tiempo de su fallecimiento, su gesta en los Vosgos, llegando a meta malherido ayudado por Perurena y sus compañeros, se merecen hoy un homenaje y el titular.

No es que Luis Ocaña fuera santo de mi devoción, al contrario, en aquel tiempo de las banderas infantiles, cuando aún uno no sabe la razón de sus afectos y filias, yo era de Eddy Merckx. Tampoco cuando me hice mayor me gustó la senda de la vida por la que transitaba Ocaña, aficionado a la soberbia, a faltar a los demás, a exaltar su pasado contra todo presente; y menos aún su deriva política, desclasado, olvidando el pasado de su familia, unos emigrantes pobres, la de él mismo cuando era aprendiz de carpintero, apoyando a la extrema derecha del Frente Nacional de Le Pen. Eso me repugnó (y quiero decirlo hoy, día de las elecciones). Sin embargo, hay que admitir que fue un gran ciclista. Con Fuente, los únicos que verdaderamente pusieron en aprietos a Merckx. Fuente en el Giro, durante varias ediciones, y Ocaña en el Tour de 1971, cuando le derrotó en los Alpes, sacándole casi 9 minutos en Orcieres-Merlette. Un Tour que Ocaña hubiera ganado, de no ser por su fatídica caída en el col de Menté. Y Ocaña tiene una historia vasca, cercana a nosotros.

Su familia, oriunda de Priego, Cuenca, emigró a Francia, y tras varios destinos se afincó en las Landas, en Mont de Marsan, donde Luis comenzó a trabajar en un taller de carpintería, a la vez que practicaba el ciclismo. Sus escapadas para entrenar le ocasionaron no pocos problemas con su jefe, que terminaron con una pelea, tras la que Ocaña se dedicó exclusivamente a la bici. Amateur destacado, pupilo del gran Antonin Magne, fue el errenteriarra Periko Matxain quien pasó a Ocaña al campo profesional, en las filas del equipo Fagor, del que era director, compartiendo maillot con el joven Txomin Perurena. Para mí, Ocaña y Perurena están siempre unidos. Hace unos días comentaba la foto de Poulidor y Anquetil ascendiendo, codo con codo, el Puy de Dôme. Pues otra de las mejores fotos de la historia del ciclismo la protagonizan ambos, Ocaña y Peru. Una foto que estaba, en gran tamaño, sobre una de las paredes del bar que la familia de Peru tenía en el alto de Astigarraga, junto a la Cuesta de la Guitarra. Una Venta desgraciadamente cerrada, lugar de parada obligada en mi infancia, en las salidas montañeras familiares de fin de semana, y donde siempre he dicho que debería estar el museo de nuestro ciclismo. En la foto se ve una línea de cinco corredores del Fagor, ocupando todo el ancho de la carretera, con Ocaña en el medio, ensangrentado, flanqueado por dos compañeros de su equipo por cada lado, que le empujan. Peru es quien sujeta el lado izquierdo de Ocaña. La foto se tomó en el Ballon de Alsacia.

¿Cuál es la historia de esa foto? En el descenso del puerto anterior al Ballon, llamado el Grand Ballon, Perurena se había escapado con Van Impe y Rudy Altig, pero viendo que no cogía tiempo suficiente se dejó cazar. En ese mismo descenso se cayó Ocaña. Se pegó un trompazo tremendo. No podía pedalear ni sostenerse sobre la bici. Sólo con la ayuda de sus compañeros, con Txomin entre ellos gracias a que se había descolgado de la fuga, pudo reemprender la marcha y, remolcado, totalmente grogui, casi inconsciente, efectuar el resto de la etapa, los 64 kilómetros que restaban hasta la meta, incluso el ascenso al Ballon de Alsacia. Al llegar a la meta tuvieron que abrirle los dedos para bajarle de la bicicleta, porque los tenía rígidos, agarrotados, soldados en torno al manillar.

Esa foto expone la dureza del ciclismo, su riesgo, la resistencia física de los ciclistas, su carácter indomable, pero, sobre todo, muestra el valor del trabajo en equipo. La primera lección que se debe aprender del deporte, del ciclismo o de cualquier otro. Porque hay gente a la que el deporte transforma para bien, pero, sin principios, también puede suceder lo contrario. Ese compañerismo de verdad es uno de los valores más importantes que se pueden adquirir practicando el ciclismo, un valor que sirve luego para la vida, que no se acaba con las dos ruedas.