La Lieja-Bastogne-Lieja puso fin a las tres pruebas que han ocupado la última semana de ciclismo, a través de las Ardenas. Un territorio trufado de colinas, entre bosques de pinos y unas poblaciones que fueron cuna de la industrialización europea, con la minería y el acero. Un paisaje que, si no lo hemos visitado, quizá lo hayamos visto en las películas sobre la II Guerra Mundial, porque allí se libró una de las batallas más decisivas, que detuvo y derrotó la última y desesperada ofensiva alemana, a comienzos del 45. Una batalla que el cine ha llevado a la pantalla en algunas cintas memorables, donde se muestra la importancia que tuvieron esas colinas y bosques para la defensa, para neutralizar a los blindados nazis. Son montañas pequeñas pero de gran pendiente, y su sucesión y suma, hacen de la prueba de Lieja la clásica más dura.

La Redoute, a una treintena de kilómetros de meta, es la cota más exigente y decisiva. Donde se espera el ataque de los aspirantes a la victoria. Por ser un sitio señalado, sin lugar para la sorpresa, escaparse allí es más meritorio. Por eso tiene aún más valor lo que hizo Remco Evenepoel. Todos sabían que iba a atacar en esa cuesta, como lo hizo el año pasado. Su equipo preparó el terreno llevando la carrera muy rápida hasta el momento del latigazo, pero cuando demarró, nadie pudo seguirle. Pidcock le alcanzó en la bajada, pero resultó un espejismo, pues al volver a endurecerse la carrera se deshizo de él definitivamente. Una victoria a lo gran campeón. Ganó de la misma manera que una semana antes venció Pogacar en la Amstel, que repitió supremacía en la Flecha Valona, aspirando a llevarse las tres pruebas de las Ardenas. Pero su caída en la Lieja frustró sus deseos y un combate que hubiera podido ser memorable. Y que deberá esperar, pues Evenepoel sólo correrá el Giro, y Pogacar, si se recupera de la rotura de muñeca, el Tour. La caída de Pogacar muestra los riesgos de correr las clásicas de primavera, todas disputadas por carreteras muy estrechas o adoquinadas, con mucho peligro. Corredores como Indurain, que supeditaban su calendario al Tour, a las grandes vueltas, no participaban por esa razón.

La Lieja es mi clásica favorita. Es la Decana, la clásica más antigua del calendario ciclista, y yo soy de los que dan mucha importancia a la tradición, igual que se la doy a la trayectoria coherente y recta de las personas. También porque sus paisajes, particularmente esos espacios intersticiales entre urbes e industrias, me recuerdan a los de la Euskadi de mi niñez, y me resultan familiares. Y por su tradición obrera y solidaria. No olvidemos que Lieja acogió a muchos niños evacuados desde Bilbao por la República, alojándolos en viviendas de familias obreras que los acogieron, y en muchos casos los llevaron de vacaciones y excursiones por los bosques y campos de las Ardenas. Y además porque al lado de Lieja está Seraing la roja, donde los hermanos Dardenne sitúan sus películas, y donde el mismo Eisenstein presentó en su teatro obrero la película La línea general, un teatro que no se pudo salvar, que no sobrevivió a los tiempos difíciles. Por esa mezcolanza mi afecto se orienta a la Lieja, y si los corredores honran esa memoria de lucha con una carrera memorable como la del domingo, ese sentimiento crece. En el balance de las clásicas, todas las figuras han tenido su premio: Van der Poel, Milán-San Remo y Paris-Roubaix; Van Aert, E3-Harelbeke; Pidcock, Strade Bianche; Pogacar, Tour de Flandes, Flecha Valona y Amstel; y Evenepoel, la Lieja. Parece diseñado por un ente justiciero.

Dije en un artículo, a comienzos de la temporada, que la retirada de Alejandro Valverde nos hacía más viejos, pues con él soñábamos en una eterna juventud, inacabable. Hoy debo decir con alivio que esos sueños vuelven, pues Valverde, que no podía verse sin competir, ha regresado venciendo en la carrera de gravel La Indomable. ¡Y de qué manera! La carrera tenía 100 kilómetros, se escapó en el segundo, e hizo toda la prueba solo, frente a adversarios que eran especialistas. Esta modalidad, intermedia entre el ciclocross y la ruta, va cobrando importancia, es muy atractiva y le auguro éxito. Se trata de competir por caminos de tierra sin asfaltar. Además, nos conecta con aquel ciclismo infantil, el de nuestras primeras bicis, con las que descubríamos el territorio fronterizo de nuestros pueblos; aunque debo decir que en nuestra tierra cada vez quedan menos caminos rurales sin urbanizar; y así menos espacios para el gravel y también para el descubrimiento y la aventura.

Junto al regreso de Valverde, otro hecho me ha alegrado estos días, la noticia de que el gran ciclista belga, Van Aert, se tomaba unas vacaciones, tras dar por terminada en la Paris-Roubaix su temporada de clásicas, para descansar unos días antes de comenzar a preparar sus siguientes objetivos. Y esas vacaciones consistían en irse con unos amigos con bicicleta y mochila, por la Champagne francesa. Como cualquiera de nosotros. La prensa mostraba su foto con la bici repleta de alforjas. Eso humaniza al campeón, y nos habla de su calidad como persona. Un gesto que, frente a otros deportes donde las figuras viven en mundos aparte, es muy edificante.