El Tour de Francia, que recorrerá el próximo mes de julio nuestras carreteras, nos mostró ayer un anticipo en la forma de una etapa típicamente montañosa de la ronda gala. Los organizadores acertaron con el recorrido, proponiendo una sucesión de puertos de los que bordean, a ambos lados, el estrecho valle de Eibar. Y como se dice que la dureza la hacen los corredores, estos aprovecharon la dura subida de Azurki, aunque estaba cerca de la salida, para romper la carrera. A partir de ahí se sucedieron los ataques, destacándose grupitos selectos que aguantaban en cabeza mientras les sostenían las fuerzas; hasta que un Vingegaard pletórico, cansado de que se le moviera tanto el avispero, dijo basta, y se fue sólo en la subida a Ixua, camino de Arrate. Vingegaard y Pogacar se están retando a distancia para el próximo Tour, en una guerra psicológica para mostrar quién está más fuerte, brindándonos de paso exhibiciones allá donde van.

Huyo del adanismo, esa forma de pensar abundante hoy en día, en la que parece que todo se haya inventado ahora. Que antes de la existencia de uno mismo no hubiera nada relevante, como si la experiencia, la tradición, los siglos de cultura sedimentada por la humanidad que lucha y avanza, no valieran nada; que el mundo se inventa ahora. Como se decía popularmente, “Éste acaba de descubrir América”, pero eso que otrora no tenía ningún prestigio, y caía por su propio peso, con el atributo añadido y sonrojante de la ignorancia, hoy sí parece tenerlo. Así que intento sacudirme de esto para analizar un fenómeno actual del ciclismo, el de las grandes figuras emergentes, triunfadoras desde muy jóvenes. A tenor de las crónicas parece que nunca antes fue así. “¿Qué hacen, cómo entrenan para que pase eso?”, se preguntan todos. Y, aún admitiendo una singularidad, como la coincidencia de varias jóvenes figuras, me doy cuenta de que algo parecido también ocurrió en otras épocas.

Quizá lo novedoso del fenómeno tiene que ver más con la forma de vida actual que con los propios deportistas, con el ritmo trepidante de la actualidad que vivimos, conectados permanentemente y donde no hay espacio para el sosiego. Una velocidad que hace que las noticias se agoten muy pronto, y que los ciclistas tengan que producirlas de inmediato. No sirven corredores que se forjan lentamente, con paciencia en su futuro. Deben rendir al máximo desde el principio; si no es así, dejan de salir en los medios, son cuestionados, y no rinden publicitariamente a la marca, que es lo que importa. Un ejemplo es el de Enric Mas, un corredor que se va haciendo poco a poco, para el que no dejan de llegar criticas demoledoras. Otro: el director del equipo belga Soudal-Quick Step, que salvo con Evenepoel no gana como antaño, ha criticado en público a su corredor Alaphilippe que tanto le ha dado, diciendo que no le paga para que no gane carreras. Es un reflejo social.

Sin embargo, no es absolutamente nuevo el hecho de que las grandes figuras triunfen desde muy jóvenes en profesionales. Eddy Merckx, quizá el mejor ciclista de todos los tiempos, ganó la Milán-San Remo con 21 años, el campeonato del mundo y la Flecha Valona, con 22; el Giro con 23. Viniendo precedido de una carrera estelar en las categorías inferiores. Bernard Hinault ganó la Lieja-Bastogne-Lieja con 23 años, y su primer Tour con 24; o Laurent Fignon, que se llevó su primer Tour con 23. Después vivimos la época del reinado de Induran, un corredor de maduración tardía, que tuvo que perder bastantes kilos con entrenamientos largos, durante mucho tiempo, para tener un peso que combinado con su potencia le permitiera rendir en la montaña. Y por su ejemplo pensamos que ése era el único camino, el de la forja paciente.

También ha habido corredores que arrasaban en las categorías de juveniles y amateurs, prometiendo ser estrellas en profesionales, pero que después, en esta categoría, no colmaban las expectativas. Uno de estos casos fue el de Julián Gorospe, a quien llamaban Eddy, porque lo ganaba todo por aquí, como el astro belga. Algunas veces competí con él en juveniles, cuando era intratable. Recuerdo una carrera en Ermua, en la que subíamos cinco veces el puerto de Trabakua, que ayer subieron en la Itzulia. Subirlo cinco veces era excesivo para una prueba juvenil. El caso es que Gorospe se escapó solo casi de salida y ya no le vimos hasta la meta, donde llegó vencedor con más de cinco minutos sobre el segundo. Viendo ayer el dominio de Vingegaard por esos puertos, recordé aquella carrera. Gorospe fue un buen profesional, pero no la figura rutilante que auguraban sus éxitos. Es la otra cara de los Evenepoel, Pogacar, el que se estanca al llegar a la cima. Influyen muchas cosas, la adaptación del organismo a los esfuerzos largos; los desarrollos más pesados, limitados en las categorías inferiores; y la cabeza. La resistencia mental, decisiva en el esfuerzo agónico. Aquella carrera tuvo otra enseñanza, nuestro entrenador, muy descontento con nuestra actuación, quiso que volviéramos a casa en bicicleta desde Ermua después de una prueba agotadora. ¡Y estábamos a más de 60 kilómetros! Nos negamos. Fue un motín digno del Potemkim. Después, las relaciones con el entrenador ya nunca fueron las mismas.