El circuito de Los Arcos quedó en desuso por su escaso impacto. Perdió velocidad hasta quedar parado, frenado en medio de la intranscendencia. El espíritu del frenesí y el riesgo de la velocidad se instaló en Leitza, que abrazó la Itzulia con tiritona tras el descenso loco de Arkiskil.

Por un instante, aquello pareció la carrera de la Isla de Man, desbocados los ciclistas en una bajada espeluznante, como los motoristas que se jugaban el pellejo rozando los muros a todo gas. Sin más consciencia que el giro de muñeca del acelerador.

Afortunadamente, el asfalto estaba seco. El sol ofreció algo de sosiego en un final taquicárdico en una bajada escalofriante, repleta de ansiedad. Un escenario para valientes o kamikazes. Con lluvia, Arkiskil hubiera abierto un hospital de campaña. ¿Había necesidad de un descenso así para acalorar la Itzulia?

La carrera se calentó con la antorcha de Mikel Landa, un pirómano que quiso dar fuego a la Itzulia. Hombre de fuego, el de Murgia buscó la gloria con un ataque telescópico. No alcanzó el objetivo, que era subirse sobre la luna, pero revolucionó el final.

Los favoritos, pasados de vueltas, tal vez empujados por el miedo, para huir de él, se encaramaron en Arkiskil y se lanzaron en caída libre, sin red de seguridad. El descenso, técnico, con curvas puñeteras, invitó a un todo o nada. Puerta grande o enfermería.

En esa diatriba de la inconsciencia y el arrojo, Ide Schelling se coronó después de colarse por el interior a Alex Aranburu. Se le olvidó cerrar la puerta al de Ezkio. Junto al neerlandés, nuevo líder, hicieron palanca Sobrero y Gaudu.

El bretón se quedó con cuatro segundos de la bonificación. La Itzulia, en las distancias cortas, son sumas y restas. Landa se embolsó tres segundos tras su aventura. Es cuarto en la general, pegado a Vingegaard y Gaudu. A Enric Mas le fue peor. El mallorquín perdió tracción en el descenso y concedió 11 segundos. Una avería penalizó a Daniel Martínez, campeón de 2022. Perdió 30 segundos y probablemente la Itzulia.

Los nobles bailan sobre la misma baldosa de la Itzulia de los parpadeos. El final de Leitza invitaba a cerrar los ojos y cruzar los dedos. Hasta Schelling, que ganó y lidera la carrera, alteró sobre ese final. "Es increíble que la UCI pueda pueda poner un final como este. Era muy probable que hubiera caídas". Las hubo. Soler, con fractura abierta en un dedo, fue traslado a un centro sanitario.

De la palaciega Viana, la Itzulia emprendió un viaje hacia los orígenes y las tierras altas de Nafarroa. En Leitza se entreveran los deportes del norte, esos unidos al trabajo y a las labores del caserío. Un paraíso para pelotaris, harrijasotzailes y aizkolaris. A Schelling le obsequiaron con una chaleco de harrijasotzaile tras el triunfo. Posee Leitza el aire salvaje y primitivo del humus de Euskal Herria.

La fuga del día

En ese tránsito, en la cicatriz de casi 200 kilómetros el día más largo de la Itzulia, que amaneció sin la presencia de Pello Bilbao, enfermo, aquejado por un virus respiratorio, tomaron aire Jon Barrenetxea, de lunares rojos, rey de la montaña, Txomin Juaristi, Jesús Ezquerra, García Pierna, Javier Romo y Alan Jousseaume.

En el pelotón, que ordenó con decoro el Ineos de Daniel Martínez, dieron por válida la aventura. Repetían metraje Barrenetxea y Juaristi, otra vez en fuga. Les dejaron volar libres los jerarcas. Puertas abiertas.

Bien empastados los esfuerzos de la muchachada que buscaba la utopía alcanzaron una renta estupenda para el protagonismo pero sin riesgo algunos para los mejores. Sesteaban por detrás. Las inercias del ciclismo clásico, sus usos y costumbres. Una escapada de humiles y esforzados de la ruta, sin tilde el apellido, y el control con el mando a distancia de quienes piensan a largo plazo.

Para Barrenetxea, el mejor de la montaña hasta que se descerrajen los puertos duros, en los que ondearan sus estandartes los favoritos, el recorrido, con cinco ascensiones ligeras salvo el paredón de Saldias, era un buen plan para llenar el granero de ilusión y puntos. Eso le sirvió para seguir en el podio con los puntos rojos decorándole el maillot. Un buen plan.

Ataque de Landa

En el descenso de la primera cara de Arkiskil, Aranburu padeció una caída ligera. Un incordio que lo obligó a acelerar. Conectó entre curvas cuidadas por bosques. El puerto zarandeaba de un lado al otro, de punta a punta. Las bajadas tenían más riesgo que las subidas, tan ajustados los mejores cuando se miran en esos escenarios. Tras el prolongado descenso, atravesado el río, se elevó el muro de Saldias.

Mikel Landa, en un momento de la etapa tras su ataque. Bahrain / Sprint Cycling

Para entonces, Hayter era un recuerdo en sepia del amarillo. Education First calentó al entrada al puerto. Querían disparar con Carapaz, un guerrero. El asalto, empero, se produjo de modo inopinado con la bandera pirata de Mikel Landa, agarrado de abajo, posición felina el murgiarra.

A 47 kilómetros de Leitza se rebeló Landa, valiente, alocado, fiel a su libro de estilo, a su deleite. Homenajeó a Pello Bilbao, el amigo caído. El resto de nobles elevó una ceja. Landa, escalador puro, tomó una onza de renta de medio minuto. Recogió a los fugados. El alavés, al rojo vivo. Se anticipó Landa, siempre feliz cuando se trata del diálogo con las montañas.

Control del Ineos

En el retrovisor se perfilaba la figura de Castroviejo, pastor del grupo en el que garabateaban los opositores a la Itzulia. Landa, sólido, tozudo, quería recoger la bonificación de Doneztebe. La Itzulia se juega en parpadeos de tiempo. Romo y Barrenetxea, aún en pie de la fuga junto al francés, ponían sus piernas al servicio del alavés. Landa se apuntó tres segundos para su causa.

Movistar, Education First e Ineos alcanzaron un entente para combatir al enemigo común. No conviene conceder ventajas a ciclistas de la calidad de Landa, dispuesto a revolver la Itzulia. Gorka Izagirre quería colocarle los grilletes.

El Movistar deseaba liberar a Aranburu. Landa arrió su orgullo 30 kilómetros después de su rebelión. Bajo los adoquines está la playa. Se inició la danza para el festejo. Merienda de nervios en Arkiskil antes del festín de Leitza.

Descenso alocado

Tras el chispazo de Landa y el frenesí de Calmejane y Balderstone, los favoritos buscaban un buen sitio para coronar y lanzarse en la burlona bajada, descarada y con cierto desasosiego. Un tobogán peliagudo para embocar en un final ratonero. El descenso era el impulso a la gloria. Los saltos en un trampolín. Pelea por la posición. Un esprint para lanzarse.

Moto GP. Una jauría desbocada trazando curvas. Aranburu se zambulló. Halcón peregrino. El de Ezkio encabezó el descenso hasta que todo se convirtió en una carrera de motos. Adelantamientos por dentro y por fuera.

Ide Schelling mantuvo el pulso y abrió gas en el instante exacto. Aranburu se quedó sin un buen rebufo. No pudo remontar. El neerlandés fue el primero en entrar en la chicane y festejó el triunfo por delante de Sobrero y Gaudu, el mejor entre quienes pugnan por la Itzulia. Landa la emociona.