Montjuïc, donde desemboca la Volta a Catalunya, es un tobogán. Un sube y baja juguetón, donde pueden ocurrir sucesos extraordinarios. Sobre esa cumbre del sueño olímpico, el de Barcelona 1992, una flecha con punta de fuego incendió el pebetero. Así se alumbraron los Juegos Olímpicos. Dos décadas después de ese hito, la montaña que arruga Barcelona, el cierre de la cremallera de la Volta, es un circuito lúdico ideal para el entretenimiento. Puro espectáculo. 

Remco Evenepoel es aún un muchacho rebelde e irreverente. Campeón del mundo y de la última edición de la Vuelta, el belga es un punto orgulloso. Estaba dispuesto para la rebelión. Primoz Roglic, el hombre tranquilo, tres veces campeón de la Vuelta, el exsaltador de esquí, tenía que sofocarla. Poner hielo sobre el fuego. Congeló el esloveno al belga. Un mensaje para el Giro, donde se citarán ambos.

El duelo que iniciaron Roglic y Evenepoel con el inopinado esprint en Sant Feliu de Guìxols, donde se saludaron con una palmada tras el esprint y que creció entre los cálculos de Vallter 2000, el estirón de Evenepoel en La Molina y la lección de Roglic en el pulso cerrado en Lo Port, se desenroscó a través del revoltoso circuito sobre la azotea de Barcelona, en Montjuïc, la colina que mece la ciudad, su centinela, y la que otorga el cetro de la carrera por las escaleras de la ascensión a la terraza de la ciudad, un bucle de seis cumbres. 

Roglic y Evenepoel se reparten todo

Desde lo más alto festejó Roglic la gloria, campeón de la carrera, que concedió el último bocado a Evenepoel, 40 victorias en su palmarés. No disputó el esprint el esloveno, que enlazó el triunfo de la Tirreno-Adriático con la Volta. Suma 72 laureles Roglic. En las arterias de Catalunya ambos conquistaron dos etapas. 

Se repartieron la carrera desde el prefacio hasta el epílogo. No dejaron ni las migas. Voraces, ambiciosos, se mordían siempre. No hay paz entre el esloveno y el belga. Guerra eterna. Los dos continuarán su historia de amor y odio en el Giro de Italia. En la Volta, Roglic comenzó a tejer el maglia rosa. 

Evenepoel cruza la meta por delante de Roglic. EFE

Ataque de Evenepoel

La última etapa fue un viaje en la noria. Los primeros en visitarla fueron los fugados, con Carapaz al frente. El viaje se les acabó cuando entre los favoritos creció el volumen del ruido de sables. Se afiló Evenepoel de inmediato. Chispeante. Un percutor. 

Roglic respondió de inmediato. Un acto reflejo. Sonó el disparó. Creció el humo. El resto, a ciegas. Evenepoel y Roglic unidos. Unicelulares. Solo Marc Soler pudo agarrarse a ellos. Gesticulante, grandilocuente, el campeón del mundo reclamaba relevos con aspavientos. 

Roglic no se dio por aludido. Tenía 10 razones para ignorarlo. Los segundos que le separaban del belga. Roglic resolvió la carrera con 6 segundos sobre el belga. Almeida fue tercero en la general, a 2:11. A un mundo de ambos. Mikel Landa finalizó la Volta en la quinta plaza.

El podio de la Volta, con Roglic (c), Evenepoel (i) y Almeida (d). AFP

El esfuerzo de Soler

En el debate de Montjuïc, Soler, invitado en la mesa para dos, colabora de vez en cuando. Por detrás, Bora trataba de limar. En vano. Eran carreras distintas. En paralelo. Vía muerta. La explosión de vida era el estallido de Evenepoel, infatigable. Una traca final en sí mismo. Roglic se soldó al belga. Un velcro. No le concedió ni una pulgada el esloveno. 

Sonó la campana. Última vuelta para el líder y el belga. Dos hombres y un destino. Soler se desgañitaba por detrás, desgajado. Roglic y Evenepoel, en otro plano, cohabitaban en cada centímetro, ceñidos el uno al otro, como si corrieran en tándem. Enemigos íntimos. En el esprint de cierre, Roglic se relajó para que Evenepoel celebrara el último fotograma de la Volta que habla italiano. Al rojo vivo Remco, Roglic se sonrojó.