Vale la pena hacer un repaso de los mundiales de ciclismo celebrados en Australia, en la ciudad costera de Wollongong, a unos 80 kilómetros de Sídney, en los que se ha visto un ciclismo de gran nivel. Mostrando un repertorio de tácticas y situaciones diversas, que han aumentado la emoción y han constituido una buena escuela para aquellos aprendices o enseñantes de ciclismo. El circuito era muy duro, con una subida de un kilómetro que alcanzaba en algún tramo el 14% de pendiente, discurriendo el resto entre subidas y bajadas, por una carretera como de nueva colonización del territorio, colocada sin apenas modificación del terreno, como si hubieran dejado caer una alfombra de asfalto con la anchura de la vía, acoplándose a todos los accidentes de la topografía. Con los ojos actuales diríamos que era una carretera ecológica, construida para causar el menor impacto ambiental. Resultaba bella, y para la carrera muy dura, pues no tenía casi ningún tramo llano donde organizar un trabajo de equipo. Cuando veía las pruebas, no entendía cómo se había dicho en algunos medios, e incluso algún seleccionador como el nuestro, que era un circuito para sprinters.

En la prueba femenina se impuso la holandesa Annemiek Van Vleuten, corriendo con un codo fisurado, tras una caída sufrida en la contrarreloj mixta. Con su condición física mermada, mostrando repetidamente que no era la más fuerte, descolgándose en el duro repecho y reincorporándose en la bajada, supo ser la más lista. Mientras el grupito de destacadas en la subida se vigilaban, Van Vleuten llegó desde atrás en el último kilómetro y atacó con mucha fuerza, para sacar unos metros que la hicieron campeona. La temporada de Van Vleuten es espectacular, ganadora del Tour de Flandes, del Giro, del Tour, de la Vuelta.

Entre los chicos se impuso Remco Evenepoel, rematando una temporada estelar, tras enlazar la Clásica de Donostia, la Vuelta y el Mundial. Remco, a diferencia de Annemiek, se mostró como el más potente de la prueba. El circuito y la prohibición de pinganillos, propiciaba una carrera de tipo juvenil, loca, con ataques desde salida y poco control de los equipos, donde Remco se desenvuelve como pez en el agua, como cuando lo ganaba todo en esas categorías. El joven belga, conocedor de sus condiciones, y de que no podía dejar nada para el final, se filtró en una escapada de 25 corredores a 70 kilómetros de meta. Y supo interpretar a la perfección aquella afortunada expresión del excorredor Txente García, “la fuga de la fuga”, contrarrestando un ataque del kazajo Lutsenko para irse sólo con él. La energía de Remco quedó de manifiesto al dejar de rueda en el repecho a un corredor tan rocoso como el kazajo. Los 30 kilómetros finales en solitario, fueron otra contrarreloj de las suyas, para ganar con una distancia de más de dos minutos. Una demostración como pocas se han visto en un mundial.

Remco y Annemiek tienen en común que son dos supervivientes, porque ambos se rompieron la pelvis y necesitaron un gran periodo de recuperación. Annemiek al caerse en la Paris-Roubaix de 2021, y Remco al precipitarse por un puente en el Giro de Lombardía de 2020. Y han regresado más fuertes. Lo que demuestra su gran capacidad mental para asumir los sacrificios que comporta la recuperación de una lesión tan grave. Les diferencia la edad, mientras que Annemiek tiene 40 años, Remco solo 22. Lo que significa que en el deporte, como en la vida, además del talento o las condiciones para una determinada actividad, es muy importante la actitud psicológica. Annemiek, como tanta gente mayor, es más joven que muchos jóvenes, porque lo es mentalmente y lo ejerce, así funciona, así vive, y por eso alcanza objetivos que parecerían imposibles.

Remco disputó la prueba con unas zapatillas nuevas rojas, como un homenaje a su reciente victoria en la Vuelta. Las zapatillas son una herramienta esencial en el ciclismo. Uno de mis primeros recuerdos del deseo de ser ciclista está unido a unas zapatillas. Yo tendría alrededor de 11 años y veraneaba en un camping cercano a Jaca. En una zapatería de esa ciudad vi unas extrañas zapatillas negras con agujeritos y un ribete rojo. Entonces todas las zapatillas de corredor eran negras. Mi padre, que vio cómo las miraba, me dijo que eran unas zapatillas de ciclista.

Las numerosas veces que pasé en ese verano delante de la zapatería se me iban los ojos, se habían apoderado de mi deseo, el de ser un verdadero corredor. Aunque como todo gran deseo, al principio no puede contarse, y lo aguanté en secreto todo el otoño, el invierno y la primavera; hasta que en julio del nuevo año, volví a Jaca. Antes de pedir mi deseo de comprarlas, las busqué ansioso en la zapatería. Pero ya no estaban. ¡Cuánto me hubiera gustado tener esas zapatillas! No estaban, pero el deseo en sí ya era mágico, el deseo era una máquina que me transformaba en corredor de verdad. En el origen estaba el deseo, el deseo era el motor de la vida, y en el centro del deseo anidaba la emulación, la envidia de llegar donde los ídolos. Vi las nuevas zapatillas rojas de Remco y me recordaron a aquel ribete rojo que hacía distintas a las mías que nunca tuve.