Otra jornada de gran ciclismo, disputada sin tregua, por Extremadura. Está siendo una Vuelta muy combativa, que dejará un gran recuerdo y al vencedor con un prestigio subrayado por imponerse en una batalla de tamaña envergadura en todos los frentes. Será un gran mariscal de campo. Y parece que será Remco, que se impuso ayer en el alto del Piornal. Emocionalmente deseaba la victoria del holandés Gesink, que fue cazado en la recta de meta por los ataques de Enric Mas, a quien seguía Remco. La imagen del neerlandés retorciéndose agónico sobre la bici, para mantener el puñado de segundos que mantenía en el último kilómetro, acentuaba mi deseo. Significaba el triunfo de la justicia, que vengaba la desgracia de su compañero Roglic, obligado al abandono tras su caída. Las caídas están siendo determinantes, cobrándose ayer dos nuevas víctimas: el australiano Jai Wine, líder de la montaña, que tuvo que retirarse; y Carlos Rodríguez, el joven andaluz que marchaba cuarto en la general, que llegó malherido a meta.

Pienso que la victoria de Remco obedeció al impulso de dar una imagen de autoridad, una respuesta a tantos ataques a los que se vio sometido. Los de Mas en el último puerto; los del portugués Almeida, durante toda la etapa. Almeida, sexto y alejado a casi siete minutos de la general, atacó de lejos, quedaban 80 kilómetros y permitieron su fuga. Su equipo, el UAE, había organizado una buena táctica de ataque, escalonando compañeros por delante, que tiraban de él cuando les cazaba. El Astana se puso nervioso, y para defender el quinto puesto de Supermán López, trabajó sin desmayo hasta cazarlo. Fue una bonita pugna. A Almeida le faltó un poco de despiste en el pelotón y no estar tan lejos en la general para resultar más peligroso.

El ciclista italiano Claudio Chiappucci, en una entrevista que le realizaron en el apogeo de su carrera, se definió con una expresión muy afortunada, dijo que era “un inventor de tácticas”. Y no hablaba en vano. A lo largo de su carrera lo había demostrado. Casi gana el Tour de 1990 al meterse en una fuga en la primera semana de la prueba, que llegó con más de 10 minutos a la meta, y sólo pudo ser superado por Lemond en la contrarreloj final. En la Itzulia de 1991 se escapó en el descenso de Aritxulegi, presentándose solo en la meta de Ibardin, tras subir Agiña y cabalgar sin ayuda durante 25 kilómetros. En el Tour de 1992 se fugó camino de Sestriere, pedaleó en solitario durante 125 km, y puso contra las cuerdas a Induráin, que llegó a la estación alpina apajarado, y a más de dos minutos. Son algunas de sus perlas tácticas.

La etapa de la sierra de Madrid necesitaría un mago como Chiappucci, o un artista como Roglic, capaz también de inventarse lo inesperado, pero por desgracia el esloveno ya no está, y no veo a nadie con tanta fuerza e iniciativa como para desbancar a Remco. Ayer el UAE lo intentó, pero le faltaron el factor sorpresa o la energía de alguien como Roglic o Chiappucci. Aunque la sierra de Madrid ha sido un territorio de emboscadas, con dos muy sonadas. Una estrambótica: la victoria de Perico Delgado en 1985 sobre el escocés Robert Millar. Todo un teatro de engaños. Perico iba a seis minutos en la general, como ayer Almeida, y no representaba un gran peligro para el escocés, que se confió y le dejó marchar. Cuando Perico fue tomando ventaja, escapado junto a Pepe Recio, el director del escocés no se enteró y no avisó a su corredor, que, relajado, iba bromeando en el pelotón. Cuando se dieron cuenta, a una quincena de kilómetros y en descenso hacia la meta en Segovia, ya era tarde y Perico le sacó 6’25” y se embolsó la Vuelta. Otra: la encerrona que preparó el equipo Astana, con Aru y Landa a la cabeza, al líder, el holandés Dumoulin, quien perdió un centenar de metros en la cima de la Morcuera. Solo eran cien metros y se confió, no cerró el hueco al comienzo de la bajada, ocupándose en beber, confiado en el largo descenso. Aru fue encadenando compañeros que le aguardaban, y el líder, sin equipo, sucumbió, perdiendo el liderato y la Vuelta de 2015.

Perder una carrera así, por unos metros y prácticamente bajando, es muy decepcionante. Yo recuerdo una carrera en la que sufrí una experiencia parecida, salvando las distancias, y padecí esa impotencia. La meta de la carrera estaba en Arrasate, en la parte final de la prueba subíamos el duro puerto de Salinas la Vieja, bajando por la vertiente suave de Arlaban. En la cima, arriba mismo, perdí unos metros con el grupo de cabeza, unos metros a los que no di importancia, y me dejé ir pensando alcanzarlos enseguida, en la bajada. Pero resultó imposible, esos pocos metros en un descenso en el que hay que pedalear a fondo, se fueron haciendo cada vez más.

Como Dumoulin, rodaba solo frente a los relevos de adelante, y así llegué, perdido como el holandés, a la meta. La frustración y la rabia, conmigo mismo, me duraron bastante tiempo. Como en la vida, hay que saber rematar las cosas en su momento.