En 1996, el Tour decidió homenajear a Miguel Indurain, el campeón que cosía con el hilo amarillo el lustro que iba de 1991 a 1995. Nadie en la historia de la Grande Boucle, había tejido cinco victorias consecutivas. A los organizadores se les ocurrió honrar a Indurain, el señor del Tour, el monarca, con una llegada hasta sus aposentos en Iruñea. Debía atravesar para ello Larrau, una montaña dura. Nada que pusiera preocupara al Indurain anterior a 1996. Ocurrió que Miguel no era ya el rey. El jaque lo recibió antes, en Les Arcs y el mate, después, en Hautacam.

El día después, la carrera unía Argelès-Gazost con Iruñea. Había que atravesar Larrau. Lo que se esperaba que fuera la fiesta de consagración del sexto Tour de Indurain, mutó en un cálido y rendido homenaje a la figura del rey vencido, una exaltación del hombre, magnífico ante la derrota. En Larrau penó Indurain, pero surgió Miguel. Jamás regresó al Tour. Ese año decidió bajarse de la bici. Tiene el puerto algo de territorio sagrado, de un vínculo con lo emocional, con la memoria colectiva de muchos que vieron cómo se extinguió una era delante de sus ojos.

Dos etapas

El Gobierno de Nafarroa y la Vuelta quieren desempolvar el puerto, un coloso pirenaico, en 2023. Harán que brote en la próxima edición de la carrera española. Trabajan codo con codo para ello con la organización de la Vuelta. Javier Guillén, director de la carrera, quiere que Nafarroa viva dos etapas de la Vuelta. La sintonía es máxima y quedan por concretarse los detalles de una etapa que uniría Francia, atravesaría Larrau a través del Pirineo para posarse finalmente en Belagua, en su estación de esquí de Roncalia. Es el croquis que manejan las instituciones navarras según ha confirmado este periódico. La Vuelta y el Gobierno foral también quieren calcar la etapa que se disputó en 2020 entre Iruñea y Lekunberri en la Vuelta de la pandemia. En aquella jornada, ascendieron hasta San Miguel de Aralar para después discurrir hasta Lekunberri, donde venció Marc Soler venció en solitario.