El comienzo de la Vuelta en Holanda ha mostrado la enorme popularidad de este deporte en ese país. No había un metro del recorrido de la contrarreloj sin público, ni un solo hueco en las vallas. Era ciclismo, y aunque se trataba de la Vuelta, la entendieron como una carrera suya, propia, y un gentío llenó las calles de Utrecht. Los actos de protocolo y presentación de los equipos, la víspera de la salida, también nos permitieron ver a dos grandes corredores holandeses que se impusieron en la Vuelta en el pasado. Jan Jansen y Joop Zoetemelk. Jansen lucía unos espléndidos 82 años cuando subió a la tribuna para pronunciar unas palabras, mostrando casi la misma silueta de cuando fue ciclista. El holandés era uno de los pocos corredores que llevaban gafas entonces, lo que le distinguía en el pelotón. Jansen ganó la Vuelta de 1967, el Tour de 1968, y fue campeón del mundo en 1964; supo aprovechar muy bien el periodo de transición entre los reinados de dos grandes, de Jacques Anquetil y de Eddy Merckx. Zoetemelk, un gran corredor que venía de otro deporte, del patinaje sobre hielo, vio eclipsado su potencial palmarés por coincidir con los grandes campeones Merckx e Hinault, pero a pesar de ello ganó numerosas carreras, gracias a una carrera deportiva muy larga. Entre sus principales victorias se encuentran las mismas que las de Jansen, la Vuelta de 1979, el Tour de 1980, y el campeonato del mundo en 1985. Confieso que Zoetemelk era un corredor al que yo le tenía mucha simpatía, y llevaba su foto en mi carpeta del instituto, lo hacía por oposición a una injusticia cometida contra él, porque muchos le llamaban chuparruedas, sin valorar lo difícil que era ir a rueda de un monstruo como Merckx o de su sucesor Hinault.

Una actitud poética

La elección de una contrarreloj por equipos como primera etapa me pareció una gran elección, pues es una de las modalidades más bellas y plásticas del ciclismo, donde todos los compañeros de un equipo se relevan para conseguir la máxima velocidad. Hay dos maneras de organizar los relevos en una prueba así: la rotatoria, a la que nosotros denominábamos el huevo, y la de una sola fila. En la primera el equipo se mueve en dos líneas, una de avance, y otra de retroceso, en la que el que cede el relevo de cabeza se deja caer. Proporciona una imagen de avance en forma de elipse sobre la carretera, por eso lo de huevo, es la más bella e implica más a los corredores en la pelea, porque los relevos son más cortos y ninguno se desentiende al final de la fila. La otra, la de la fila india, permite mayor descanso a los corredores que se ponen al final de la única fila, tras dar su relevo. La elección de una u otra depende del terreno, del viento, del trazado. Ayer, entre las casas de Utrecht, con carreteras estrechas y curvas cerradas, todos los equipos eligieron el estilo de fila única, que también daba imágenes muy hermosas. Sobre todo las de los equipos mejor organizados como el Jumbo, el Ineos, o el Quick Step, que pedaleaban en una fila tan perfecta como un tren con sus vagones enganchados siempre a la misma distancia. El Jumbo corría en casa y quizá esa motivación les hizo ganar los segundos necesarios para llevarse la victoria, en un carrera muy igualada, y que sugiere una batalla por la Vuelta entre Roglic, Carapaz y Evenepoel.

El cantautor cubano Silvio Rodríguez decía en uno de sus temas: “Va a hacer falta un buen otoño tras un verano tan largo”. Y es lo primero que me viene a la cabeza tras el Tour tan espectacular que hemos vivido este año, con la pugna entre Vingegaard y Pogacar. Va a hacer falta efectivamente una gran Vuelta para que no nos sintamos nostálgicos de ese Tour y de sus excelsas batallas. Lo mismo sucede en el plano vital, con un verano que ya ha traspasado su ecuador, tras el que se avecina volver a las labores, a la vida cotidiana. Va extinguiéndose el tiempo de la libertad plena, va imponiéndose el tiempo de los regresos. Siempre experimenté esta sensación, sobre todo cuando volvía del camping pirenaico en el que pasaba el verano. Una desazón que no la evitaba ni la Semana Grande donostiarra, ni sus fuegos artificiales. Solo la atenuaba volver a dormir en el saco, en el mismo que había dormido en la tienda de campaña. Lo colocaba sobre el colchón de mi cama, me metía dentro de él, que aún guardaba los olores el campo y del verano, esa segunda patria, cerraba los ojos, y seguía contando estrellas. No sé si se trata de nostalgia por los grandes momentos pasados, o es una actitud poética ante la vida. Ayer volví a dormir en el saco.l

A rueda