La leyenda de Fausto Coppi
Si algún corredor entró en la leyenda, ése es Fausto Coppi. Tiene un palmarés envidiable, de los mejores, con victorias de todo tipo: en la montaña, en las clásicas, récord de la hora, contrarreloj, grandes vueltas. Una carrera que además tiene el enigma de haber sido truncada por la Segunda Guerra mundial, sin la cual no se sabe cuántos triunfos más atesoraría. Y entre sus victorias más grandiosas está la que obtuvo en el Giro de 1949, entre Cuneo y Pinerolo. Una etapa que los organizadores del Giro repitieron ayer, como homenaje al campionissimo, con el mismo punto de partida y llegada, pero sin la dureza de aquella etapa que agigantó la leyenda del campeón italiano.
Coppi lo tuvo todo para pasar a la historia. El palmarés; el drama de la guerra atravesando su carrera; el romance adúltero con la misteriosa “dama blanca” en una Italia católica; y su muerte por malaria contraída en un critérium que disputó en el ocaso de su carrera, en Burkina Fasso, entonces Alto Volta. Con todo eso, era materia para la leyenda. Además, en una Italia dividida en dos, entre la democracia cristiana y el partido comunista, que vivía en la oposición de dos visiones antagónicas del mundo, Coppi no podía quedar a un lado y se le adjudicó la etiqueta progresista. De ser amigo de los comunistas, aunque esta posición le fue otorgada por la opinión pública de una manera esquemática, derivada de la transgresión moral por su romance fuera del matrimonio. De la misma manera, a Bartali se le colocó la etiqueta de conservador, y próximo a la política democristiana, sólo por su silencio político, su vida reservada, cuando en realidad había salvado a muchos judíos florentinos proveyéndoles de papeles falsos que le fabricaba la eesistencia, y que llevaba en sus entrenamientos, escondidos en el tubo del sillín. Era un mundo dividido en dos, y no se podía estar en medio, así que, por algún detalle, uno u otro, caían de un lado de la opinión popular. También se habló sobre su enemistad. Otra simplificación. En realidad eran buenos amigos. Rivales enconados en la ruta, pero amigos después. La famosa foto del botellín, en la que Coppi y Bartali, subiendo un puerto, sujetan juntos un botellín, dio riadas de tinta en Italia. ¿Quién se lo había dado a quién? En el fondo buscaban una respuesta moral inexistente -¿quién era el bueno, y quién era el malo?-, cuando los dos eran buenos compañeros, y mejores personas.
Esa etapa, con origen y final como ayer, constituyó una de las mayores demostraciones de poderío sobre la bicicleta. La etapa partía de Cuneo, un lugar donde, como ya conté alguna vez, el arquitecto Rossi construyó un bello monumento a la resistencia. Un sencillo cubo elevado con una ventana rasgada que mira a las montañas de los combates guerrilleros, y el cielo; nada más, ¿para qué más? Sólo el recuerdo y el sueño como materiales. Desde Cuneo subían la Maddalena, Vars, Izoard, Montgenevre y Sestriere, con 254 kilómetros hasta Pinerolo. Ese día Coppi atacó en la Maddalena al ver a Bartali mal colocado, y pasó solo por la cima. Era el escenario soñado por los aficionados: los dos campeones en solitario, uno tras otro, frente a frente, disputándose la prueba, la izquierda contra la derecha. Coppi aumentó la distancia en cada puerto, era su día mágico, en Pinerolo, tras 9 horas y veinte minutos sobre la bicicleta, Coppi aventajó a Bartali, segundo, en casi doce minutos; el tercero, Martini, llegó a veinte minutos. En alguna encuesta sobre ciclismo, esta etapa fue elegida como la más bella carrera de la historia.
Nos despertamos ayer con las declaraciones de un antiguo compañero de Roglic, Stef Clement, que sembraban la sospecha, por su crecimiento exponencial, a saltos, decía él, no progresivo. No es bueno airear las sospechas sin pruebas. También señalaba a Vinokourov, “en un equipo dirigido por él, siempre pienso que hay algo que no encaja”. En eso estoy de acuerdo. Es difícil de comprender cómo alguien con su historial pueda orientar a los jóvenes desde un equipo. Vinokourov estuvo involucrado en la compra de la Lieja-Bastogne-Lieja de 2010 a Kolobnev, escapado junto a él; y sancionado por dopaje sanguíneo por transfusión exógena, de otra persona, en el Tour de 2007. Todo el mundo puede redimirse, pero ante hechos de una ética tan escandalosa, permítanme también dudar, como Clement. No quiero poner ejemplos.