Groenewegen manda callar
El holandés somete a Gaviria y Sagan en el sprint de Chartres en una jornada tan larga como tediosa
donostia - La jornada más larga del Tour, 231 kilómetros de recorrido entre Fougeres y Chartres, fue, en realidad, la más corta. Un concentrado. Apenas se disputaron una decena de kilómetros, los finales, porque toda película tiene que tener títulos de crédito, incluso las más aburridas, las que invitan a la siesta y a reponerse a tiempo de un respingo para saber cómo es el final. Cosas del ser humano. La caída de telón, tras un somero tostón, tuvo algo de novedoso, al menos. En el sprint de Chartres ni Gaviria ni Sagan lucieron sus mejores galas, empantanados ante la pujanza de Dylan Groenewegen, un holandés con armadura de velocista que retrató al campeón del mundo y al rapidísimo Gaviria. Se reivindicó Groenewegen, que mandó callar. Cerró bocas. Habló alto y claro. “Decían que no podría ganar, pues aquí está mi victoria”, lanzó con la rabia contenida. “Después de las tres primeras etapas al sprint escuché comentarios de que no podría ganar en el Tour, y menos con la competencia de Gaviria y Sagan, pero he demostrado que eso no tenía fundamento y aquí está mi victoria. Estoy muy feliz por ello”, describió el holandés, que impuso su voz en medio de una etapa sigilosa, un debate que se produjo a cámara rápida en un día rodado con slow-motion y planos cenitales que encuandraban una jornada que pudo ser pintada al óleo por el escaso frenesí. La jornada fue un bodegón hasta que Groenewegen gritó su victoria exigiendo silencio.
Mucho antes que llegara la rebelión del holandés, en una recta que enganchaba con una visión de la Ruta 66, la gran vena de América del Norte, el meridiano de Estados Unidos, festoneada la carretera con la cosecha del trigo, los tractores verdes que embalan la paja que deja el cereal, discurría el pálpito del Tour. Offredo, un francés aventurero, cogió el petate para comerse con los ojos, hambrientos, una día de gloria. Demasiado bocado. A los descamisados les está vedada la felicidad como si solo supieran dialogar con las miserias y llevarse a la boca las migas que quedan en la mesa tras fastuosos banquetes. Por eso, cuando el viento se envalentonó con ganas de enredar, a Offredo se le arrancó la esperanza de cuajo. AG2R, Trek y Movistar pulsaron el botón del pánico. “No hay ni un día tranquilo en el Tour”, resumió Mikel Landa, que tararea felicidad en Francia, aunque en el Movistar aún disertan sobre quién tiene que ser el líder.
Entre tanto, el alavés tacha los días como ayer. El viento empujó y se disparó la tensión por un momento, en el que se desgajó el pelotón. Dan Martin, que sonreía el día anterior, padeció, aislado en el segundo grupo, el que desmadejó el viento después del acelerón. Landa y Quintana demostraron que sus muchachos también son capaces de generar desazón en el resto. Valverde, juguetón, brotó en cabeza para animar la revuelta cuando restaban un centenar de kilómetros para que embocara el día. El Emirates tuvo que reactivarse para no complicarse la existencia. Reaccionó con prestancia y encoló el grupo. Ya no tenía el chicle pegado en el zapato. Sagan, que está de buen humor, continuó con su show y empuñó el aire con pose de superman. Algo de entretenimiento.
Colocado el apósito que curó el rasguño provocado por Eolo, Pichon agarró la lanza que soltó Offredo. Otro Quijote dispuesto a pelear contra molinos de viento que se creen gigantes. La estampa quijotesca tuvo la poesía de Machado y sus Campos de Castilla. Todo era árido y estepario para Pichon, un Robinson Crusoe sin playa, sin Viernes que le diera charla. Su soliloquio tuvo el aliento que le concedió el pelotón, que quita más que da. No hubo indulto para Pichon. Tampoco misericordia. La ley del pelotón le cayó con todo su peso. La etapa era un libro abierto en el que costaba un mundo pasar de página. Incluso avanzar algún párrafo era un asunto viscoso. Se echaba de menos un librito de aquellos de Elige tu propia aventura que tanto entretenían. El Tour sonaba a hilo musical de sala de dentista. Viejos éxitos y la cháchara del costumbrismo. A ritmo de cosechadora hasta que en un sprint con bonus, Van Avermaet, el líder, se dio un poco de prisa para reforzar su estatus. Fue una explosión de baja intensidad, como a duermevela, con el espíritu del cicloturismo cuando las marchas tenían ese deje de pincho de tortilla y café con leche en un bar del recorrido. O en más. Las piernas estaban en barbecho, haciendo aún más larga una etapa eterna, de 231 kilómetros. No era, desde luego, una huelga a la japonesa.
en diez kilómetros Como nada pasaba, cualquier distracción era válida para los realizadores del Tour. Una amazona a caballo, un tipo con la bandera francesa al viento mientras mostraba su chopper en paralelo a la carrera? Entre esos parajes yermos y calmos, de repente, el pelotón cayó en la cuenta de que competía o, al menos, debían aparentarlo y se pusieron en modo Grande Boucle a diez kilómetros de meta. Antes, 220 de nadería, de mirar al frente, de recrearse en el palique. Se acabó el solaz y se disparó al fin la etapa en el morro de Chartres. Allí se esperaba el duelo al sol entre Gaviria y Sagan, los dos más veloces del Tour hasta que se coló el inesperado Groenewegen, que batió a las estrellas de la velocidad presto como un cometa. El joven holandés fue un cohete que entró en órbita ganadora. Sagan, que se había acoplado al sillín de Gaviria, se vio obligado a renunciar. El campeón del mundo no pudo remontar al colombiano, que palpó las mismas sensaciones cuando Groenewegen, poderoso, formidable, encaró la gloria como el pasado año en los Campos Elíseos. Lejos del glamour de París, el holandés venció después de los bostezos en Chartres. Dylan Groenewegen cerró bocas. Mandó callar.