Cristales rotos en Torre-PachecoEP
En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, conocida como la de los cristales rotos, tuvo lugar en Alemania y Austria el mayor pogromo de la historia. Las hordas nazis cargaron salvajemente contra la ciudadanía judía excusándose en el asesinato, por parte de un judío de origen alemán, de Ernest Vom Rath, secretario de la embajada alemana en París. Unos 90 judíos fueron asesinados y 30.000 deportados a los campos de concentración. No buscaban justicia, sino la propagación del odio. Casi un siglo después, en Torre-Pacheco, individuos de la misma estirpe nazi del siglo XX han intentado tomar el municipio para aplicar su justicia contra los inmigrantes asentados ahí, con la excusa de un lamentable y censurable suceso protagonizado por un ciudadano inmigrante.
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Al igual que en la Alemania nazi, no trataban de sembrar justicia, sino odio. Odio hacia todo aquello que no cuadre en su pírrico y limitado sistema social. Odio como combustible para el fanatismo nacionalista del que hacen gala, dirigido contra el extranjero pobre, los españoles independentistas, colectivo LGTB, ciudadanos que no comulgan con su terrorífico fanatismo, etc. En general, animadversión hacia aquellos que consideran disruptivos en el orden social que sus perturbadas mentes han creado. Razonar con este tipo de perfiles se antoja imposible, pues se trata de personalidades emocionalmente contaminadas y corrompidas, incapaces de hacer el más simple análisis de los hechos que suceden en una realidad de la que se han evadido, lo que les conduce a comportarse como aporófobos y xenófobos, aunque traten de disfrazarse de patriotas. Son las reglas del estado de derecho las que deben poner fin a esta descontrolada locura, exigiendo responsabilidades no solo a quien cometió el acto que sirve de pretexto, sino también a los instigadores y ejecutores de unos sucesos que nos retrotraen a las más densas tinieblas de nuestra historia reciente.