Un amigo suele repetir que hay dos clases de personas: los que dan felicidad y los que la espantan. Creo que es cierto. Seremos felices si ayudamos a los otros a serlo. En cambio, si se alegran de nuestra ausencia, mal andamos. Ello significa que somos “espantapájaros” que no ayudamos en nada a que los otros sean felices y se sientan a gusto con nuestra presencia. A lo largo de este mes de enero tenemos dos nuevos presidentes.
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Uno en Venezuela (Maduro), con pucherazo y antidemocrático, y otro en Estados Unidos (Trump), con votos pero con arrogancia y orgullo. No quiero ni USA ni la Rusia, menos Corea del Norte, ni la Venezuela bolivariana. Me quedo con mi vieja Europa, que intenta ser más social y menos liberal, aunque a trancas y barrancas en estos años de crisis intenta salir a flote. Reconozco que con dinero se pueden comprar muchas cosas, pero no todas. Con dinero no se puede comprar tranquilidad de conciencia, paz y serenidad interior, felicidad y alegría genuinas, amistad auténtica, prestigio moral, una familia unida, un diálogo sincero y cordial con los demás, una vida tranquila y esperanzada, una buena salud y un sentido del humor. Es verdad que con dinero se pueden conseguir muchas cosas, pero no todas. Es conveniente no olvidarlo. La clave es aquello que decíamos de jóvenes, “ser feliz haciendo felices a los demás”, ya que eso supone que nuestro próximo/prójimo se sienta próspero y hacerle sentirse persona. Reconozco que es un pequeño paso, pero intentarlo y hacerlo es mucho, porque no hay fuerza mayor que la de miles de millones de pequeños pasos.