Desde hace unos años vengo leyendo y escuchando que la nueva generación que se está incorporando al mundo laboral es la mejor preparada de la historia; con dobles grados universitarios, másteres, dominio de varios idiomas y alta competencia en el uso de la tecnología. Sin embargo, al mismo tiempo se produce un firme reproche a los jóvenes por carecer de habilidades sociales útiles para la integración y adaptación al contexto. Se dice de ellos que adolecen de falta de empatía, así como de compromiso con el proyecto en el que están inmersos. Es habitual también oír que presentan escaso interés en la asunción de responsabilidades y que, en general, son consecuencia de la laxa educación recibida en los ámbitos familiar e institucional, que ha ido minando la antaño provechosa cultura del esfuerzo y la importancia del dominio de la voluntad. Al parecer, se les ha preparado para desenvolverse en una realidad edulcorada que poco tiene que ver con la auténtica realidad, quizá por miedo a la frustración o por no impulsarlos a abandonar una adolescencia en la que algunos se han quedado anclados perpetuamente. Esta apreciación llega a atribuirles rasgos ligados a la inmadurez y el egocentrismo. El propio Aristóteles, 300 años antes de Cristo, ya era quejoso con los jóvenes de la época, de los que decía, entre otras cosas, que no tenían control, que habían perdido el respeto a los mayores y que carecían de moral. Es de suponer, por ello, que a lo largo del devenir histórico todas las generaciones incipientes han sido juzgadas con dureza por sus antecesores. Pese a todo, no es acertado meter a todos los individuos en el mismo saco y asignar al conjunto de la generación los mismos atributos. No obstante, entiendo que nos corresponde analizar en qué se está fallando a nivel social y descubrir qué factores propician el predominio de estas actitudes y conductas poco prosociales, para intervenir sobre ellos con la intención de provocar un cambio que mejore la sociedad a través de posicionamientos más beneficiosos para la comunidad. ¿Habrá que revisar algunos de aquellos valores éticos guardados en el cajón por obsoletos y caducos? Véase honestidad, responsabilidad, equidad, esfuerzo, etcétera.

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