Durante el reinado de Suintila (621-631) en la Hispania visigoda, Isidoro de Sevilla escribió, además de sus celebérrimas Etimologías, Laus Hispaniae, extendiéndose en elogios tanto hacia la grandeza del país como del rey. Pero en los años 628-29 surgió un gran descontento y oposición entre la nobleza, encabezadas por Sisenando, quien desde la Septimania periférica y visigoda (Cataluña francesa, para entendernos) y con el apoyo mercenario de Dagoberto de Neustria (mitad norte de la Francia actual) culminaron el golpe cruento por el que pasó Sisenando a ser el Rex Hispaniae. Isidoro de Sevilla primero defendió a Suintila pero en su segunda edición del Laus Hispaniae olvidó el elogio del rey destronado y poco tiempo después encabezó con Sisenando –regnun et sacerdocium– la brillante serie de los Concilios de Toledo, auténtica espina dorsal político-religiosa-jurídico-administrativa de España durante varios siglos.
Isidoro, tras su posición engañosa y flagrante, cambio de opinión y fue canonizado como santo. Pienso que es un buen ejemplo del transformar la necesidad en virtud en su aplicación política y entra sin duda en el capítulo de las “jurisprudencias del octvo mandamiento”. Con este precedente quizás hoy resulte más merecedor del elogioso, alias Isidoro, Pedro Sánchez que Felipe González. O como mínimo Isidoro II.
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