El mundo quedó horrorizado el 7 de octubre del año pasado viendo el terror desencadenado por Hamás atacando a Israel con un ensañamiento y crueldad inusitados, cebándose contra población civil e indefensa, cuyas imágenes han quedado grabadas en nuestra retina. Suponíamos que Israel era inexpugnable, pero tenía su talón de Aquiles. A partir de ese momento, el estado hebreo ha ejecutado de forma contundente, siempre lo ha hecho, un axioma que leemos en el Talmud: “Si alguien viene a matarte, levántate y mátalo primero”, autodefensa de obligado cumplimiento. Este proceder está grabado a sangre y fuego en el ADN de los israelíes: Un instinto inherente, podríamos decir genético, para llevar a cabo cualquier medida por agresiva que fuera para defender a su pueblo. 

Ironías del destino, aplican lo que se conoce como doctrina Lídice: una copia exacta de lo que el régimen nacionalsocialista en Alemania perpetró en la localidad checoslovaca de Lídice para vengar el asesinato de Reinhard Heydrich a manos de partisanos checos. Resulta evidente que los dirigentes judíos deben preservar la seguridad de sus compatriotas y debemos preguntarnos qué exigiríamos a nuestros gobernantes si nos viéramos en una tesitura semejante. El caballo rojo del Apocalipsis –la guerra– cabalga desbocado y “al que lo monta se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande”. En esas estamos. 

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