La apertura de los Juegos Olímpicos 2024 vino a confirmar una tendencia global: un intento de imponer una corriente de pensamiento a partir de una celebración festiva, pero de manera inadecuada al espíritu de los Juegos. Este acto levanta cuestiones importantes sobre las cuales sería importante reflexionar: ¿Será la (pos)modernidad una corriente que busca silenciar al hombre, impidiéndole expresar sus opiniones y defender sus ideales, etiquetándolo rápidamente como prejuicioso, xenófobo u homófobo? ¿Será una corriente donde todo está permitido, inclusive imponer una nueva normalidad sin respetar las diferentes religiones (sobre todo la religión católica), llamando arte y cultura a acciones que escarnecen y profanan lo sagrado? ¿Será una corriente que promueve e incluye el derecho a la muerte en la Constitución de un país, justificándolo con el bienestar individual? ¿Será una corriente que promueve la hipocresía y la cobardía, donde la mayoría tiene miedo de afirmar sus creencias por temor a perder privilegios, amigos falsos y una seguridad ilusoria?
La (pos)modernidad, probablemente, debería ser un tiempo donde la humanidad hubiera aprendido de la historia y adoptado lo mejor que las civilizaciones pasadas nos dejaron, a través del esfuerzo y la sangre de muchos. Probablemente, debería ser un tiempo en que la memoria de cada antepasado fuera honrada, y en el cual se dejara un legado mejor para los descendientes. Probablemente, debería ser un tiempo de vivencia de los valores fundamentales, de respeto por el prójimo y de paz. Probablemente, debería ser un tiempo en que los niños pudieran jugar en las calles sin que los padres tuvieran miedo. Probablemente, debería ser un tiempo con futuro.
La (pos)modernidad, el tiempo de hoy, parece ser una regresión a un tiempo de brutalidad, un tiempo sin buenos recuerdos, un tiempo sin conocimiento, un tiempo sin aprendizaje, un tiempo donde la persona humana ha olvidado cuán ínfima y finita es realmente. No es éste el legado que quiero dejar para los descendientes... ¿y tú?
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