No resulta fácil hablar de esto. Afortunadamente, no lo he vivido en mi propia piel. Sé que el buen vivir, el éxito, proporciona gozo, pero no ayuda a madurar. La maduración casi siempre proviene de la contrariedad, del dolor o del fracaso. Todos, directa o indirectamente, los hemos vivido. Es verdad que se ha avanzado mucho en la ciencia médica, pero queda mucho camino por recorrer. La consigna es seguir trabajando para ir erradicando esta plaga, no rendirnos y seguir luchando médica y emocionalmente.

Es importante el reconocimiento de todas las personas que trabajan en el mundo de la salud, como a Osakidetza. No tiene sentido buscar el dolor por el dolor o el fracaso por el fracaso. Sería masoquismo absurdo. Reconozco que el sufrimiento para el ser humano es paradójico, o nos vuelve “vinagre” o “vino añejo”, de calidad. Escucha, cercanía, la serenidad del espíritu y el sentido del vivir son importantes. El sufrimiento, el dolor, no nos deja indiferentes. O nos vuelve más ásperos, más duros, o, si lo sabemos encajar con elegancia, nos humaniza más.

No sé si es decir mucho, pero la enfermedad, el dolor, la muerte, hacen que nos reencontremos con nosotros mismos: con nuestra limitación, con nuestra debilidad, con nuestra miseria humana que nos hace sentirnos seres muy limitados. Pienso, lo digo con todo respeto, que en esa gran limitación, dolor y sufrimiento hay un hálito de luz y de esperanza. Eso creo y espero. Lo de la Semana Santa no es un cuento ni simplemente y sólo algo turístico.

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