Cuando con toda la ilusión del mundo formas una familia, lo último que piensas es que uno de tus hijos va a terminar en prisión con una patología dual (enfermedad mental + adicción). Pues, desgraciadamente, nadie está libre de que esto suceda.

Dejar las adicciones requiere, la mayoría de las veces, algo más que buenas intenciones o una gran voluntad, y si estas van acompañadas de problemas mentales, más. Su rehabilitación requiere un entramado complejo de terapias, ayuda personalizada, paciencia e inclusión social. Las drogas cambian el funcionamiento del cerebro y a veces van acompañadas de una lotería genética que predispone al enganche.

Y, desde luego, la prisión no es el lugar adecuado para que personas con patología dual que han delinquido (ello en muchos casos debido al condicionamiento de su patología) cumplan penas ya que, paradójicamente, entre rejas, se pueden adquirir drogas legales e ilegales casi chascando dos dedos. Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas en Estados Unidos y experta en adicciones afirma: “Menos cárceles y más centros médicos. Es una locura criminalizar al adicto a las drogas, necesita tratamiento médico y no ir a la cárcel”.

Este fenómeno afecta cada vez a más jóvenes y no tan jóvenes y en el País Vasco aún no se ha desarrollado una red sociosanitaria pública seria destinada a su prevención y tratamiento integral y Biopsicosocial.

Euskadi, habiendo asumido las competencias carcelarias, no cumple con su obligación legal y moral de integrar a todos los presos vascos dentro de las prisiones de sus territorio sigue enviando a presos fuera de sus fronteras. Los familiares, debemos sumar a nuestra angustia, que el código penal no contemple la sustitución de la pena por su cumplimiento en programas sociosanitarios a pesar de tener competencia en materia de ejecución penal. La consecuencia de esta dejación de funciones convierte las cárceles en cementerios de jóvenes enfermos.

Por eso, estos días tan emotivos de reencuentros familiares y calor de hogar donde huele a paz, amor y reflexión, nos gustaría que alguien, en algún momento, se pusiera en nuestra piel y pensara en todas esas personas enfermas que se encuentran sin voz. Un año más, una silla vacía en nuestra mesa. Y un futuro incierto entre manos.