Recibo un wasap de una mujer a quien admiro y respeto. Me informa que hace unas horas ha llegado a su población natal, en la provincia de Badajoz. Ha viajado en coche y, una vez en el lugar de destino, ha entrado en una floristería, donde ha comprado un ramo de flores que en el wasap constato que es tricolor: rojo por su amor apasionado, blanco por su relación leal, limpia de corazón, y verde por la esperanza de volver a reunirse esta vez eternamente con el destinatario del ramillete. Cuenta que ha llegado exhausta, desanimada, desmoralizada. Recorrer este camino cada vez le resulta más arduo, una peregrinación en soledad, preñada de recuerdos, sobre todo aquel en el que su Alfonso se vio obligado a realizarlo, solo ida, en el interior de un ataúd, porque así lo decidieron unos asesinos. Una vida truncada como tantas otras. ¿Para qué? Transcurre bastante tiempo mientras dura el soliloquio, el monólogo; sigue viendo su amplia frente, el bigote frondoso, negro y aquella mirada y sonrisa que en su día la cautivaron, embelesaron y enamoraron. Incluso el frío y negro granito parece estremecerse ante el dolor inmenso de esta mujer menuda que se dobla como el junco pero no se troncha. Una inscripción reza: “Ante las injusticias: el perdón”. Ahora, otros 800 kilómetros de vuelta bajo un silencio sepulcral. Alfonso Morcillo Calero, Policía Municipal de San Sebastián asesinado en Lasarte-Oria. In memoriam.
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