Una forma de estar en las relaciones con las instituciones y organismos públicos (gobierno central, gobiernos locales, justicia, entre otros), y una forma creciente de actuar en lo que respecta a las relaciones interpersonales. El descrédito que existe en los distintos tipos de relaciones conduce a la muerte de las relaciones institucionales y personales.

No creer en las instituciones y organismos públicos es la confirmación de la obsolescencia y consiguiente decadencia del sistema actualmente vigente, y que muchos quieren perpetuar para sacar provecho personal. Frente a los signos cotidianos, no actuar hacia un cambio positivo es confirmar el individualismo cada vez más arraigado en una civilización que se encuentra camino de la implosión.

Vivimos en una época umbilical, cada individuo se mira única y exclusivamente a sí mismo, olvidándose prácticamente de los demás (muy) cercanos. En este endurecimiento del corazón, la visión se nubla, lo que pertenece al dominio de la trascendencia se confunde con lo que pertenece al mundo y a la voluntad de la persona. El gran mal es vivir en una mentira que, por falta de capacidad de discernimiento, capacidad crítica y ética, acaba convirtiéndose en verdad para algunos, y que al final obtienen beneficios personales inmerecidos de esta práctica incompatible con el bien común.

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