La noticia corrió por Gipuzkoa durante las primeras horas del día de Navidad cual reguero de pólvora, impregnándolo todo de tristeza e incomprensión. Una cruel resaca tras la noche más familiar y entrañable del calendario. En casos como este, las preguntas que nos formulamos son las mismas: ¿qué tipo de gente sale a divertirse con un arma blanca en el bolsillo? ¿Cuál es el nivel de cobardía e inseguridad en sí mismo cuando alguien necesita palpar el acero para darse ánimo y reafirmarse como persona? El miedo cunde en las familias, cada vez más temerosas y preocupadas cuando sus hijos salen de gaupasa; un escalofrío recorre sus cuerpos y un miedo cerval los envuelve si por un casual suenan el teléfono o el timbre. Casos como el presente son cada vez más frecuentes en la noche guipuzcoana; riñas, peleas y agresiones por los más nimios motivos: negarse a dar un cigarrillo, un pequeño e inconsciente empujón o simplemente una mirada acarrean las más funestas consecuencias. Sin ánimo de eximir ni atenuar tan viles comportamientos, es evidente que el alcohol y la ingesta de otras sustancias inciden para que quien las consume gallee y se convierta en un peligro público. Confiemos que el peso de la ley caiga sobre el culpable con contundencia y que en breve, nadie abogue por él como si fuera la víctima a quien hay que restaurar, reparar y otorgarle esa segunda oportunidad que él se negó a dar. Es de esperar asimismo nobleza y altura de miras en los grupos políticos del Ayuntamiento donostiarra y que ninguno sienta la tentación de patrimonializar este aciago suceso para obtener un puñado de votos, por mucho que los necesiten, con la sangre recién vertida y el cuerpo aún caliente del joven hernaniarra. Descanse en paz, goian bego.