Picaba piedra, pero no con un pico, no. Cincelaba en un caserío alejado para no incordiar a los vecinos. Podía pasar días enteros sin salir hasta que remataba una figura. Noches enteras dedicadas a sacarle peros, y nueve de cada diez caían bajo el mazo. En casa de Ugarte la fiesta en casa consistía en añadirle pastas al café y estrenar vela, y el único sonido provenía de Chopin o Vivaldi, dependiendo de la estación. Era descuidado en la despensa, y una vez le caducaron dos relojes. En el aseo era impecable, quién lo diría. No era sociable; decía que una sociedad que veía normal pixelar la cara de un niño, no merecía ser frecuentada. Pero bajaba todos los jueves a echar una partida de mus. Cuentan que una vez, de mano, se quedó con dos cincos para sorprender al punto. Y que vaciaba botellas con tres vuelcos. Y luego, se esfumaba durante seis días para crear. El caserío se derrumbó un mal día, con Ugarte dentro, y dentro de él tres vuelcos. Y no sobrevivieron ni sus piedras, que se mezclaron con las ruinas en la irrelevancia. Y nadie supo más de Ugarte, y cuanto le queda de memoria está en estas líneas. Ugarte era un artista.Pero solo sobrevive uno da cada mil.