Le pedí una cita. Quería hablar con él para encargarle que me escribiese un libro , y publicarlo en nuestra editorial. En aquel momento, este franciscano ejercía de profesor de euskera, castellano, latín y francés en el seminario de Arantzazu. Además de atender sus programas exitosos de radio, música, meteorología etc. Para mi sorpresa había preparado, para Berria, un meteorólogo popular. Se trató de aquel fraile clásico, que impreso en un cartón, con una varita apuntaba la previsión del tiempo. Por cierto, y ante mi curiosidad, tuvo la deferencia de explicarme que todo dependía de un cabello de mujer, rubia.Conociendo estos datos, iba preparado para encontrarme con un posible autor, totalmente estresado, lleno de compromisos, imposible de comprometerle. La realidad fue otra. Un hombre tranquilo, de conversación amena , en cuyo rostro se reflejaba que disfrutaba con su vida, en contacto con la naturaleza, gran defensor del euskera, que para él era su lengua. Hablamos largo y tendido, de varios temas, era un buen conversador. Acababa de terminar de estudiar un cursillo de meteorología náutica. Tenía el tema “caliente”, perfecto para poner en cuestión sus teorías climáticas. Pero descubrí que todo su conocimiento tenía como base su minuciosa observación de la naturaleza. En cierto sentido le di la razón ¿Qué hacemos cuando navegamos? Aceptamos los datos de los servicios meteorológicos, pero estamos pendientes de la naturaleza.De aquella reunión surgió un libro El tiempo-La meteorología al alcance de todos. Bien recibido por el público. Cuando fui a visitarle, la nieve me iba acompañando por la carretera. Mientras hablábamos, la nevada iba arreciando. Le pregunté: “Pello, la nieve va en aumento, tu como entiendes de estas tierras, ¿crees que me puedo encontrar bloqueado a la vuelta?”. Miró por la ventana, y me contestó : “La máquina quitanieves sale de vuelta dentro de diez minutos, vete detrás”.Pello, conocerte fue edificante, siempre guardaré tu recuerdo.