No escribo este texto con la intención de defender el principal premio del festival para la nueva película de Lucille Hadzihalilovic, algo absurdo al no haberse presentado todavía la totalidad de las películas a competición. Sin embargo, sí quiero reivindicar la importancia de galardonar obras que se alejan de los principios cinematográficos más convencionales para, curiosamente, acercarse más al cine que ninguna otra.Al final, el cine, si lo entendemos como arte, debe encerrarnos en la expresión última del artista. Muchas veces las películas entierran esta expresión entre mensajes banales reconocibles, que acercan constantemente al público a lugares comunes donde ya queda poco por descubrir. Lo podemos ver en un porcentaje alto de la cartelera de nuestras salas. Pensemos simplemente en cuántas veces hemos abandonado sorprendidos de verdad una sala de cine en los últimos años, en cuántas veces hemos encontrado algo diferente a lo que esperábamos inicialmente. No quiero decir con esto que todo el cine deba ser tan críptico como la adaptación que nos propone Hadzihalilovic. Por cierto, desde mi punto de vista, moviéndose más cerca del maestro Sokúrov que de Lynch. Lo que en el fondo defiendo es que este cine puede ser premiado, puede llegar a salas comerciales y puede provocar debate. No debe quedarse en el olvido en una plataforma junto con otros cientos de títulos que poco a poco pasan al fondo del catálogo. Vayamos al cine a sentir, a introducirnos en la mente y las emociones de una autora durante dos horas, y conectemos lo que ahí vemos con nuestra propia experiencia emocional.
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